Los pecados cotidianos
Atardece en la ciudad y en las esquinas, bajo la sombra de los viejos edificios los pecados despiertan y salen a recorrer las calles en busca de alguna víctima para que su corta vida en este mundo tenga algún sentido.
Las personas transitan inocentemente sin saber el peligro al que están expuestas, los pecados han salido a la caza de carne fresca para infectar. Una pequeña mordidita y listo, el pecado yace bajo de tu piel esperando el momento justo para actuar y provocar el daño del que tú serás culpado.
El guarda del ómnibus es la primera víctima, la víctima perfecta, cansado de las incontables horas de trabajo no ofrece resistencia a su pecado, el pecado de la prepotencia. Mientras el guarda descarga su bronca sobre los pasajeros, dentro suyo el pecado que hacía horas estaba durmiendo vive y muere en un éxtasis de placer, su trabajo estaba hecho y muy bien hecho por cierto.
Del mismo ómnibus baja una madre con su hijo, una madre cansada del trabajo, que fue a buscar al niño hasta la escuela y que ahora debe lidiar con él mientras va al supermercado a hacer las compras. Y como no va a ser víctima de su pecado, del pecado de la incomprensión, cuando le grita a su hijo que también ya agotado le insiste con ir a casa.
En otra esquina el ómnibus abre sus puertas al egoísmo que viene disfrazado de señora, la que sube a toda prisa empujando sutilmente a todo el que se le cruza, todo para tomar el único asiento vacío que aún quedaba. Luego si, al fin sentada y cómoda deja desvanecer su pecado como si nada hubiese pasado.
En otra calle de Montevideo un ex-peatón maneja el auto que tanto esfuerzo y dinero le costó conseguir y al ser rebasado por un ricachón en su auto de lujo se deja consumir por su pecado, la envidia le cobra el bocado de vida que le corresponde.
Aún atontado por el segundo de vida que su último pecado le ha robado, el chofer continúa su marcha inconsciente de que aún está infectado y al llegar a la esquina otro pecado que hace días dormía bajo su piel al fin despierta, la intolerancia toma el control de su huésped, al que obliga a tocar bocina desenfrenadamente al carrito que lleno de cartones molesta su paso, su pecado le cubre los ojos, no le permite ver que el carro no puede ir mas rápido pues este es arrastrado por un pobre hombre. Pobre hombre que nunca será ex-peatón, que hace ya once horas transita por las calles victima de su pecado, el pecado de la vergüenza, el que lo hace llorar noche tras noche por no saber como salir de su condición.
Y mientras tanto yo, como no podía ser de otra manera también me infecto, cuando me dispongo a volver a casa después de un día de trabajo agotador mi pecado toma vida propia, justo cuando me niego a dar una moneda a ese niño que me la pide porque no tiene nada para comer, mi pecado fue la indiferencia y hoy soy culpable ante los ojos de la ciudad.
Y al fin la noche llega, la ciudad se apaga y las luces se encienden, los pecados cazan, infectan, viven y mueren... y la vida sigue.
3 comentarios:
Muy bueno. Como era de esperar ^^
Creo que el de la indiferencia es el que nos pica a todos más seguido :(
Esperando por el siguiente ;)
Uh, cuánta moraleja! Ta re bueno el cuentito...
Y sí, a mí me pican todos los pecados, de los que dijiste, creo que todos, y los que no mencionaste, también... pero bueno, como dijiste, la vida sigue... somos pecadores. :P
Ta re bueno tu blog, Willito, me encanta que se updatee tan seguido!! XD
Willy,Willy querido Willy. con este "cuentito" confirmo que nunca voy a ir al cielo como yo ya lo sospeche. GRACIAS MATASTES MIS ESPERANZA JEJEJE.... esta muy bueno y se nota que te gusta hacerlo Besos Bichi jeje..
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