martes, 21 de octubre de 2008

Desatardeceres

Aldo Molina era el nombre del hombre, un chacarero olvidado a las afueras de la vida, de manos ásperas y pelo gris, de edad desconocida.

En las mañanas de frío, antes de que el gallo despierte al día, el hombre ya estaba de pie frente a su rancho, rezongando al perro pa’ que no ladre, armándose un pucho y preparándose para otro día.

La rutina diaria no perdonaba, las vacas necesitaban quien que les de de comer y luego las ordeñe.
Había que recoger las verduras, cargarlas en el carro y marchar al pueblo a encontrar quien le compre.
No había días libres, ni se suspendía por mal tiempo, era el único en el rancho, capataz y peón por turnos, ni tiempo para enfermarse le quedaba.

A la tarde descansaba junto al rancho debajo de una parra, ahí se aprontaba unos mates, se armaba un pucho y pensaba. Pensaba en ella, pensaba en ellos.

El día que se fue su esposa se lo llevó todo, todo lo que él quería en este mundo, se llevó a Rosita, la más pequeña y también a Julián, el primogénito.
Ese día no lloró, no quiso hacerlo. Llorar no es de machos, y menos por ella, que ya iba a volver seguro, siempre volvía.

- Te digo que es la ginebra la que me pone así. – le había dicho ese último día – Si yo ni me acordaba que te había pegado, no es para tanto vieja, vení p’acá te digo.

Ella no volteó a mirarlo, cargada de bolsos y arrastrando a los hijos que no entendían que pasaba, se fue llorando, ella si lo tenía permitido.

Esta vez ella no volvió. El esperó y esperó y desesperó... y luego se resignó.

La ginebra pasó a ser su fiel compañera durante el día, con la voz clara pero amarga le llenaba la cabeza de ideas y desvaríos propios de un alcohólico, pero a la noche se escondía entre las botellas de la cocina cuando llegaba la otra, la que le quitaba el sueño, la que le hablaba al oído, la soledad.

Con el tiempo Aldo se fue dando cuenta que la cama le quedaba grande, y para evitar que le ande sobrando sábanas prefería dormir en el piso del comedor, una manta y unos cueros que usaba como almohada eran más que suficientes. Ya de paso alejaba recuerdos, dos metros más por lo menos, “algo es algo” se decía.

Esa tarde la ginebra era la misma de siempre, pero a él le sabía más amarga que de costumbre, y como de amarguras tenía lleno el corazón ya no lo soportó.
Primero apartó el vaso y miro con bronca la botella, que sentido tenía seguir así. Luego se levantó y entró en la casa caminando torpemente pero con determinación.
Al salir tenía en sus manos el arma que solo usaba para espantar zorros, siempre la tenía cargada así que solo tuvo que gatillar y apuntar.

El estruendo se escucho desde lejos, el perro empezó a ladrar como loco desde el otro lado de la casa donde estaba atado. Luego el silencio.

Tanto había esperado para decidirse que ya había pensado que nunca se iba a animar.

Pasados unos segundos se escucho otro disparo, nunca tuvo buena puntería y menos en ese estado, al tercer tiro le embocó, la botella de ginebra se partió en mil pedazos que volaron por el aire y derramo su amarga sangre en la mesa del patio donde descanzaba hasta hace segundos.

Ahora estaba un poco más feliz, si solo pudiese averiguar cómo hacer para matar a soledad...

lunes, 7 de julio de 2008

Valentín quería volar

Los niños del orfanato habían hecho dos largas filas en el pasillo principal, una fila sobre la pared norte y la otra sobre la pared sur. En el extremo de esas filas, donde estaba la ventana principal que daba al patio estaba Valentín.

- Va-len-tín… Va-len-tín… Va-len-tín – vitoreaban los niños.

Valentín comenzó su carrera por el pasillo mientras sus amigos seguían gritando su nombre.
Al final del pasillo, en el extremo opuesto de donde Valentín había comenzado su carrera se había montado una plataforma de salto improvisada, dos sillas apoyadas contra una mesa de las del comedor.

A medida que avanzaba Valentín aumentaba su velocidad y ya comenzaba a desplegar sus alas hechas con las sábanas de su cama. Las sillas lo ayudarían a subir a la mesa y luego desde esta saltaría hacia las escaleras que estaban detrás, el plan era perfecto, sería su primer vuelo exitoso.

Pero el plan perfecto tenía una falla, el alboroto armado por sus compañeros de travesura había alertado a las cuidadoras del orfanato que justo antes de que Valentín alcanzara su objetivo llegaron a detenerlo.

Los niños corrieron a esconderse en sus habitaciones mientras la directora de turno se encargaba de desarmar el disfraz de pájaro de Valentín. Acto seguido fue conducido a su habitación y recibió la esperada reprimenda.

Esa tarde estuvo castigado y no pudo salir al patio de juegos.
Al día siguiente volvió a su rutina, ocupando la hamaca que ya casi monopolizaba en las tardes. Columpiándose más y más alto para luego soltarse y caer en la montaña de arena que había preparado para amortiguar sus aterrizajes.
Debía entrenar más y más y así estaría preparado para el día en que empezaría a volar, además su aterrizaje todavía necesitaba práctica.

Sus amigos le daban ánimos, algunos solo para burlarse luego, otros esperando que los anhelos de Valentín se hicieran realidad y ellos pudieran presenciar el día en que los poderes del vuelo le fueran otorgados, tal como él prometía.

La sensación del viento en el rostro era su mayor placer, los pocos instantes que permanecía en el aire luego de separarse de la hamaca lo transportaban a un mundo de sueños donde podía sentir como crecían alas en su espalda. Pero la gravedad era difícil de engañar, parecía como si lo estuviese observando constantemente y en cuanto Valentín emprendía vuelo, ella lo regresaba a tierra.

La aventura de Valentín se había transformado en el comentario obligado de todos los almuerzos, incluso varios de los niños comenzaron a pensar en seguir sus pasos. Pero Valentín cual auténtico profesor de vuelo les explicaba lo costoso que es volar, el esfuerzo que lleva la práctica constante y como no debían rendirse a pesar de los fracasos.
Cuando caía la tarde reunía a sus íntimos amigos junto a las hamacas y les contaba de sus sueños, de cómo escaparía del orfanato algún día para recorrer el mundo.

A pesar de los incontables porrazos que se había pegado, a pesar de las rodillas lastimadas y las risas de los incrédulos, Valentín seguía intentando volar cada tarde, nadie le podía sacar de la cabeza esa idea.

Ese día de primavera parecía un día como cualquier otro, a la tarde los niños en el patio jugando y Valentín en su mundo, en su hamaca intentando por enésima vez volar. Junto a él todos sus seguidores, todos menos uno.

Cristian, el más pequeño de los seguidores de Valentín había desaparecido hacía unos minutos y todavía nadie extrañaba su presencia, hasta que alguien lo divisó.

Sobre el tejado del orfanato Cristian caminaba con cuidado acercándose al borde del techo envuelto en una sabana, emulando a su ídolo Valentín.

Valentín no podía creerlo, como podía Cristian pensar en volar si ni siquiera había practicado lo suficiente en la hamaca, y además era más torpe que él mismo en los aterrizajes, era una auténtica imprudencia.

- No saltes – gritaban las celadoras del orfanato mientras corrían.

Cristian no podía escuchar ni quería hacerlo, estaba seguro de si mismo y de poder escapar volando sin ningún rasguño. Valentín se sentía responsable de su amigo y también le gritó.

- ¡No saltes! – alcanzó a gritar, pero ya era tarde.

Cristian dio el último paso y saltó, desplegó la sábana intentando aletear y por un instante se sintió volar. Pero la gravedad lo pescó en el aire intentando engañarla, nadie se le iba a escapar.

Los gritos de horror de las celadoras se detuvieron en seco cuando pasó Valentín, volando desde la hamaca a más de quince metros de distancia atrapó en plena caída el cuerpo de Cristian y luego uso su propio cuerpo para amortiguar la caída de su amigo.
Los aterrizajes nunca fueron los suyo.

En el piso Cristian lloraba al ver a Valentín inmóvil junto a él, casi no prestaba atención a los raspones en sus rodillas que junto con un gran susto eran lo único que había conseguido de este intento de volar.

Al día siguiente la hamaca donde Valentín practicaba todas las tardes fue descolgada y la montaña de arena desapareció también.

Desde el hospital Valentín se recuperaba de sus huesos rotos mientras era retado por turnos por todas las celadoras del orfanato. Sin embargo la sonrisa no se borraba de su cara.

No se si volvió a intentarlo, solo se que en el orfanato nadie pudo olvidar el día que Valentín voló.

lunes, 23 de junio de 2008

Voces

El despertador sonó tres veces, ya no podía escapar a su destino, debía juntar fuerzas y levantarse.
Clara, su esposa ya se había levantado hacía tiempo, su lado de la cama estaba frío.
Recorre la casa hasta la cocina donde busca su desayuno, Clara siempre le dejaba el café hecho y unas rebanadas de pan junto a la tostadora para que él desayunase rápido antes de ir a trabajar.
Sin embargo hoy la cocina estaba vacía, la mesa estaba más limpia que de costumbre, y en la mesada no habían rastros de desayuno, esto preocupó a Esteban al principio pero luego asumió que su esposa estaría tal vez en el supermercado surtiendo algún faltante.

La casa estaba callada y Esteban se sentía un poco incomodo por lo que en cuanto terminó su desayuno decidió cambiarse y partir temprano para su trabajo.
Una vez que logró acordonar sus zapatos y elegir la corbata salió de su cuarto rumbo a la puerta de calle, fue en ese momento que la escuchó.
Un llanto que le resultaba familiar, parecía ser su esposa la que lloraba, pero no encontraba el origen del sonido. Intranquilo y algo asustado en ese momento corre al piso superior, al cuarto del que acababa de salir, pensando que tal vez Clara estaría allí, aunque era imposible.

El rostro de Esteban reflejaba una mezcla de desconcierto y miedo, comenzó a correr por la casa para buscar a su mujer, pero no la encontraba en ningún rincón. Se dio por vencido y asumió que solo lo había imaginado.

De vuelta se dirigió hacia la puerta de calle, intentó abrirla sin éxito, al parecer estaba cerrada del lado de afuera, tomo su llave e intentó abrirla, pero la llave no giraba.
¿Como podía ser esto posible?, ¿quién había cambiado la cerradura, y cuando?

En ese momento volvió a escucharla, la voz de su mujer se oyó por toda la casa.

- No te vayas – susurró la voz triste de Clara.

Este pedido asustó más aún a Esteban, intentó responderle a esa voz.

- ¿Donde estas? – le preguntó, pero no obtuvo respuesta.

A esta altura Esteban temblaba de miedo sentado junto a la puerta de calle, esperaba que algún hecho o quizás esa extraña voz le aclarara lo que estaba sucediendo, pero nada sucedía.
Pasaron unos cinco minutos y Esteban comenzó a sentirse mal, el cuerpo no le respondía cuando intentaba moverse y además la casa se iba poniendo más y más oscura.

De repente la oscuridad total, acto seguido Esteban pierde el conocimiento. Al volver a despertar volvió a reconocer su casa, desde el rincón junto a la puerta de calle intentaba recuperarse, su único recuerdo de su desmayo era un fuerte pitido que le retumbaba en la cabeza.

Desesperado Esteban corre por toda la casa, prueba cada una de las ventanas, la puerta de atrás y hasta intenta escapar por la banderola del baño, pero todo fue inútil, quien lo había encerrado en su casa se había asegurado de que no tuviese escapatoria.

Rendido nuevamente y más desorientado que al principio se sienta en la cocina a intentar recordar algo que le diera pistas de cómo salir de esto, o por lo menos como es que llegó a esta situación.
Mientras permanecía sentado junto a la silla donde siempre se sienta Clara, siente sobre su mano un leve roce, como si de una caricia de su esposa se tratara, pero su esposa no estaba allí.
Esto hizo saltar a Esteban de su asiento y arrojarse contra un rincón de la cocina, esperando ver algún rastro de un fantasma, pero nuevamente, nada sucedió.

Al cabo de un par de horas su desesperación había cesado y a pesar de su desconcierto esperaba tranquilo la próxima señal de su esposa, estaba seguro que algo intentaba decirle, desde donde… no lo sabía.

De pronto, nuevamente la oscuridad, pero esta vez llegó mas rápidamente y tal como la última vez quedó inconsciente, cuando volvió a la realidad tenía una imagen en la retina, era el rostro de su esposa, un rostro triste que lo observaba desde un lugar muy luminoso, como esperándolo.

Ya no ofrecía resistencia, su esposa lo era todo para él y a pesar de su inseguridad en su mente la idea de reunirse con Clara era preferible a la de permanecer en este encierro que una vez fue su casa.

Permaneció inmóvil esperando un nuevo embate de la oscuridad, esperando que esta vez se lo llevase consigo.
Y la oscuridad llegó nuevamente, invadió lentamente la cocina donde Esteban permanecía sentado aún, pero esta vez venía acompañada de voces extrañas y nuevamente el fuerte pitido que lo había ensordecido la primera vez.

Incapaz de controlar su cuerpo se dejo llevar, algo le decía que del otro lado su mujer estaría esperándolo.
Una luz blanca muy intensa se abrió paso por la oscuridad que se tragaba a Esteban, la luz lo enceguecía, era como si hubiese estado ciego durante meses y esta fuese su primera luz.

Cuando la luz retrocedió un poco comenzó a distinguir formas, su cuerpo comenzó a recuperar las sensaciones perdidas. Sobre su mano sentía la presión de otra mano, su recién recuperada vista le mostró la mano de su esposa que lloraba junto a su cama.

La sala de terapia intensiva estaba poblada de aparatos, el constante pitido del monitor cardiaco le trajo a la memoria un sin fin de imágenes. Imágenes del accidente que había olvidado y que ahora se hacían vívidas al observar las cicatrices en el rostro de Clara.

Su esposa continuaba llorando junto a él, habían sido dos meses de dolor y esperanza.

- Sabía que me escuchabas – terminó diciendo su esposa antes de besarlo.

miércoles, 18 de junio de 2008

Tercera puerta a la derecha

El taxi se detiene bruscamente, Carlos baja rápidamente del mismo, entrega el dinero por la ventanilla y marcha sin siquiera esperar su cambio.
La noche caía ya sobre la ciudad y él necesitaba refugiarse en su cuarto. Sube velozmente los dieciocho escalones que lo conducen a la entrada del hotel Ambassador.

El ascensor tardaba demasiado, la escalera le pareció mejor, subió los tres pisos como si de eso dependiese su vida, llegó a su habitación, tercera puerta a la derecha.

Al entrar respiro hondo, apoyo su espalda en la pared opuesta a la puerta y se dejo caer al piso, su corazón quería escapársele del pecho.

Decide tranquilizarse y tomar algo para aflojar la tensión. Va hacia el comedor y se sirve un whisky. Luego, apoyado contra la pared que da a la ventana observa la noche, entre penumbras observa y recuerda.

… … … …

El taxi se detiene bruscamente, Carlos corre sin mirar atrás, debe llegar a su habitación y meditar los hechos.

Primero las escaleras, luego el pasillo, tercera puerta a la derecha, empuja la puerta y entra.

Ya en su habitación se refugia en las sombras, debía analizar cada imagen.
Cada pensamiento que invadía su cabeza daba vueltas a la misma velocidad que latía su corazón.

Mientras caminaba a oscuras frente a la ventana y observaba la calle por entre las venecianas entreabiertas, recordaba las palabras que había escuchado salir de la boca de su mujer, de su amada esposa.

No había terminado de recuperarse de la noticia de la traición de su amada cuando descubre lo que ella planeaba junto a su amante. Planeaban matarlo.

… … … …

El taxi se detiene bruscamente, Carlos llega hasta la puerta del hotel casi sin darse cuenta, en la calle una patrulla que andaba de rutina le había asustado y quería llegar a la seguridad de su casa.

Por el pasillo la tercera puerta del lado derecho, la puerta estaba entreabierta, al parecer había salido tan rápido que olvido cerrarla, que imprudencia.
Una vez en la habitación intenta tranquilizarse, no enciende ninguna luz para no atraer la atención, se toma un whisky al lado de la ventana y recuerda los hechos.

La traidora y su cómplice no se detendrían hasta alcanzar su objetivo, por eso él debía ser más inteligente, debía adelantárseles.

El plan de los amantes era simple, ella invitaría a su esposo a cenar el martes, mientras el amante se escondería en el departamento para sorprender al esposo y matarlo a sangre fría cuando volviese.

Pero el amante era impaciente, hoy lunes había decidido adelantar su misión, había forzado la puerta pero olvidó volverla a trancar, por suerte el marido estaba tan nervioso que no se dio cuenta.
Entre las sombras observaba a Carlos que frente a la ventana caminaba intranquilo.
Este era el momento, sin pensarlo más saco su cuchillo y lo atacó por la espalda.
Dos puñaladas fueron suficientes, el vaso de whisky cayó al suelo y segundos después lo siguió Carlos.
El trabajo estaba hecho, ahora debía limpiar toda prueba de su presencia en el lugar.

… … … …

El taxi se detiene bruscamente. Desde la ventana el amante ve como Carlos entra corriendo al hotel.

Con el apuro que llevaba seguramente en unos segundos estaría en su habitación, y así fue, los pasos ya se escuchaban en el corredor. La tercera puerta de la derecha estaba entreabierta, el amante se maldecía en silencio por su descuido, pero Carlos ni lo notó.

Decidió esconderse tras unas cortinas del living, pero ahora no le parecía un buen escondite, si enciende las luces seguramente lo verá. Pero Carlos prefiere estar a oscuras escondiéndose de sus propios pecados, menos mal.

El amante decide que el momento ha llegado y ataca a Carlos por la espalda, es una lucha limpia, casi no ofrece resistencia, Carlos cae muerto en pocos segundos.

El amante se siente sucio, debe limpiar sus huellas y su conciencia, las manos ensangrentadas son lo primero, al entrar al baño a lavarse cae de rodillas, sus ojos no lo pueden creer.

… … … …

El taxi se detiene bruscamente. Carlos corre escapando de la vista pública y en pocos segundos se sumerge en su habitación.

Ella lo había engañado y además había planeado junto con su amante la muerte de Carlos. Cualquiera en su lugar hubiese hecho lo mismo que él.

Sin embargo las ideas no eran claras, a pesar de todo se sentía culpable, como pudo hacerlo, como pudo matar a su propia esposa. Tres puñaladas en la ducha mientras ella se bañaba, seguramente para ir a ver a su amante.

Y allí la dejo, en la ducha ensangrentada, allí quedó tirada cuando Carlos escapó hace unas horas de su apartamento en el hotel Ambassador, allí donde la encontró su amante luego de matarlo a él.

… … … …

La policía fue avisada, un hombre en el hotel Ambassador, tercer piso, tercera puerta a la derecha.
El asesino fue encontrado arrodillado en el baño con un cuchillo en la mano, las manos ensangrentadas y dos cuerpos en el apartamento.

Las explicaciones que dio no fueron convincentes, marcho a la cárcel por los dos crímenes, nadie volvió a saber de él.

El enviado

La sala permanecía en silencio, el público espera ansioso que se abra el telón. Faltaban veinte minutos para las diez de la noche, el espectáculo ya debía de haber empezado.
Nadie sabía bien que pasaba pero no querían abrir la boca, seguro que en cualquier momento algo iba a pasar.
De pronto se ve movimiento detrás del telón, un solitario foco ilumina a quien aparece de entre las cortinas.

- No debe ser un actor – comentaban en la primera fila.

Todos observaban la figura que tenían delante de sus ojos, era alto y delgado, vestido con ropas viejas y llevaba un gorro de lana el cual se quitó en el mismo momento en que apareció en escena y que ahora intentaba esconder como con vergüenza.
Estuvo parado así casi un minuto sin pronunciar palabra, solo observaba nervioso como intentando encontrar que decir.

Entre el público comenzaban a comentar de forma irónica las posibles razones por las que este sujeto estaba allí parado mirándolos, pero todos coincidían en que no era parte del espectáculo.

- Disculpen todos ustedes por mi atrevimiento – comento al fin el hombre – es que estoy perdido.

Varias personas encontraron esto muy gracioso y no dudaron en reír, a lo que el hombre bajo la cabeza e intento disimular su vergüenza.

- Si me permiten les contare mi historia y tal vez alguno pueda ayudarme.

Las risas de algunos se convirtieron en protestas, la obra no empezaba y todavía tenían que lidiar con este personaje.

- Es que soy nuevo en mi trabajo, y mi jefe es el más exigente, hoy debía venir aquí a buscar a una persona, pero he perdido su nombre y la memoria me ha fallado.
- Cuéntanos algo que recuerdes – le pide alguien de la tercera fila, apiadándose de su pena.

Poco a poco intentaba escarbar en la memoria intentando encontrar el nombre o algún rasgo que lo pudiese ayudar. Así recordó que quien buscaba era bajo y delgado, que usaba bigote y le gustaba vestir bien, todos datos que le habían indicado antes de partir a su misión.

- Se que es alguien importante – comenta luego – alguien respetado y conocido por todos.

A esta altura ya todo el público intentaba ayudar al hombre, los murmullos llenos de conjeturas se hacían oír por toda la sala.

- Tal vez sea yo.

Un foco se enciende y se dirige a uno de los palcos, las miradas de todos se desvían hacia la luz, allí donde un hombre de pie continuaba su frase.

- Mi nombre es Cesar Amorín, y soy el gobernador de esta ciudad.

El rostro del hombre sobre el escenario se iluminó, si era él, lo había encontrado. Algunas personas del público se atrevieron a aplaudir, tal cual como si de parte de una obra teatral se tratara.

- Rápido señor – vuelve a la realidad el hombre – son casi las diez y nos están esperando, debemos marchar ya.


El gobernador no preguntó a donde se debía dirigir ni tampoco quien solicitaba su presencia con tanta urgencia, solo sabía que debía acompañarlo, algo le decía que debía hacerlo.

Saluda a su mujer que lo acompañaba en el palco y baja casi corriendo hacia el escenario, allí se encuentra con el hombre que lo esperaba impaciente. Ambos se pierden detrás de la cortina y las luces se apagan, el murmullo del público solo se detiene cuando el telón comienza a abrirse y los focos iluminan el escenario, la obra estaba comenzando.
Los actores aparecían en escena, pero nadie daba explicaciones de lo sucedido con el extraño hombre, parecía como si nada hubiese pasado.

La acción comenzaba en el escenario y el público ya dejaba de pensar en el extraño suceso cuando un grito de horror les corta el aliento.

Las luces buscan en el teatro y llegan hasta el palco donde la mujer del gobernador permanecía parada junto a la baranda, su cara reflejaba el terror de ver a su marido, el mismo que hace segundos había desaparecido tras el telón, sentado en el mismo asiento donde no debería estar.
Su cara pálida y su cuerpo inmóvil no dejan dudas.

Un escalofrío recorre el teatro, todos entendieron quien era el extraño hombre.

jueves, 10 de abril de 2008

El precio de la libertad

En un barrio olvidado de Bagdad, en pleno Iraq de post-guerra vivía un niño de 11 años llamado Kadin.

Era solo un niño, pero vivía una vida de adultos la mayor parte del tiempo.
Su padre había muerto durante la guerra, con lo cual Kadin a su joven edad se había tenido que hacer cargo de la casa, trabajaba vendiendo frutas en un puesto que había heredado de su padre en el mercado del pueblo.
Kadin debía mantener a sus dos hermanos menores y ayudar a su madre en las tareas de la casa.

Tanta actividad no dejaba lugar a que el niño se preguntara demasiado sobre las razones o las circunstancias en las que su padre había muerto, y la madre hacía cuanto podía para evitar el tema.

El sabía que había sido muerto a manos de el ejercito americano, pero las pocas explicaciones que en su momento le habían dado a la madre y que Kadin escucho hablaban de que fue una ejecución a sangre fría, soldados americanos que buscando supuestos terroristas dentro del mercado, dispararon a quemarropa a un grupo de hombres "sospechosos" entre los cuales estaba su padre.

El creía en su padre, que le había enseñado lecciones de vida y comportamiento que Kadin se esforzaba por seguir al pie de la letra, como temiendo que desde algún lugar su padre todavía lo observara, y creía en la inocencia de su padre, y por ende odiaba al ejercito invasor, que había llegado a tomar la vida de su padre, en pos de "la libertad".

Un día en una fiesta familiar, Kadin escucho de boca de uno de sus tíos las palabras que durante mucho tiempo no conseguiría olvidar, su tío se lamentaba por la muerte del padre de Kadin, comentando que fue un desperdicio... "ya estaba todo preparado" decía el hombre, "tu esposo iba a morir como un héroe" le contaba a la madre de Kadin.

El niño siguió escuchando y tratando de descifrar lo que su tío explicaba a un grupo pequeño aislado del resto de la reunión, un grupo al que Kadin no estaba invitado, después de todo era solo un niño.

Luego de mucho esfuerzo, Kadin entendió lo que su tío estaba explicando, su padre era el elegido para un ataque suicida en el centro de la ciudad con el cual intentarían dar un golpe más a las fuerzas invasoras.

El niño no podía entender cuales serían las razones que llevarían a su padre a realizar semejante acto, Como su padre, amoroso y responsable hasta hace unos momentos en la memoria de Kadin podía tomar una decisión tan egoísta y dejar a su esposa e hijos solos. Como su padre, que tantas lecciones le había enseñado lo podía traicionar de tal forma.

Tampoco entendía como su tío y al parecer el resto del pequeño grupo al que le contaba este hecho podía pensar que su padre se iba a convertir en un héroe, si justamente eso era lo que siempre había sido para Kadin, y ahora estaba dejando de serlo.

Al día siguiente el niño le pregunto a la madre si todo lo que había escuchado era cierto, si su padre realmente era capaz de tal traición, a lo que su madre respondió que no, que su padre nunca estuvo de acuerdo con estas cosas, y que el tío solo hablaba así porque el alcohol le nublaba el pensamiento. Sin embargo el niño no quedó muy convencido, temía que la madre le estuviese mintiendo para que no se sintiera defraudado de su padre.

Pasaron los días, y Kadin seguía con la duda, tenía mil preguntas en la cabeza, “terrorismo”, “patriotismo”, “en pos de la libertad”, “sacrificio justificado”, eran palabras que le daban vueltas, y como en un rompecabezas las trataba de encajar, nunca había entendido al ejercito invasor, que siempre supo que no los venían a ayudar, pero ahora tampoco entendía a los suyos, a su pueblo que le había quitado una parte de su vida.

Una tarde mientras se preparaba para volver a su casa desde el mercado, escucho un murmullo que venia desde una punta del mercado, ese murmullo en cuestión de segundos se convirtió en estruendo, el estruendo de las tropas americanas que invadían el mercado, disparando a un grupo de hombres que huían de ellos mientras disparaban sus armas. Cuando Kadin logro reaccionar y tirarse al suelo ya era tarde, una bala le había atravesado el estomago y otra el pecho. No sabía si habían sido balas americanas o iraquíes, solo sabia que le dolían.

Desde el suelo miraba esperando ayuda, pero todos estaban ocupados en salvarse a si mismos.
Solo podía pensar si su padre estaría orgulloso, se había olvidado de todos los reproches que tenía para él.

En los últimos suspiros que dio en este mundo, Kadin al fin comprendió que “terrorismo”, “patriotismo”, “en pos de la libertad” y “sacrificio justificado” eran todos sinónimos, sinónimos de la estupidez humana.


Dedicado a Maria Noel, que me chantajea de que si no se lo dedico no deja comentarios.

domingo, 3 de febrero de 2008

Rebelde

Las noticias de la invasión ocupaban casi todo el tiempo al aire de las pocas emisoras de radio que aún transmitían. La información básicamente era sobre las rutas que seguía el ejército invasor, el cual avanzaba a pasos agigantados por el territorio casi sin obtener resistencia.
Su ejército era más numeroso, mejor armado y con preparación de elite. Las fuerzas de la defensa caían como moscas.

- ¡¡¡Son los tanques mamá, se escuchan los tanques!!! – entra el niño corriendo a la casa.

La madre lo empuja hacia el sótano, donde ya tenían armado su refugio para cuando llegara este momento. El niño se sienta en el piso abrazándose las piernas mientras la madre lo abraza y ambos permanecen inmóviles, esperando que todo pase.
Las explosiones hacían vibrar las viejas estructuras de la casa, el niño también temblaba como acompañando el ritmo de las explosiones, mientras la madre intentaba calmarlo repitiendo constantemente “todo va a estar bien”.

Pero el niño sabía que ella solo lo decía para tranquilizarlo, por dentro lo recorría el miedo de perder a su madre. Por un momento recordó lo que sintió hace no más de una semana cuando su padre salió de casa para unirse a las fuerzas de la defensa, desde hace ya tres días que no tienen noticias de él.

La idea de morir lo aterraba, pero era mayor el miedo de perder a sus padres solo por no tener la edad y la valentía suficiente para defenderlos.

- A donde vas, regresa aquí – grita aterrada la madre cuando el niño se libera de su abrazo y sale corriendo a la calle.

Corriendo tan rápido como pudo llegó hasta la avanzada de los tanques enemigos. Allí empuñando un palo que había recogido en el camino se dispuso a hacerles frente.

El tanque que venía encabezando la fila se detiene repentinamente frente al niño.

- Muévete rápido niño, esto es una guerra de adultos, no tienes nada que hacer aquí – le grita el soldado que aparece desde dentro del tanque.

El niño no parece desistir, con la mirada fija en los ojos del soldado le responde.

- Tú no puedes matarme, ni a mi ni a mi madre – grita tercamente el niño mientras aprieta fuertemente su improvisada arma de madera.
- Tú no puedes matarme porque yo no quiero morir – vuelve a gritarle al soldado.

¿Qué debía hacer el soldado?
Sus años de entrenamiento militar lo habían preparado para muchas cosas, menos para un niño con un palo.
Se decide a llamar a su comandante, que fuese él quien tome la decisión.

Al llegar el comandante en su transporte se encuentra con una escena que no soñó ver nunca en su vida. Un convoy de tanques detenido por un niño de no más de nueve años con un palo.
Tras pedir explicaciones hizo lo que debía hacer, tomó una desición y se dispuso a ejecutarla. Se dirigió hacia en niño y sacó su arma, le quito el seguro y apuntó a la cabeza.

- Si no te mueves me veré obligado a dispararte – intentó persuadir al niño por la fuerza.

Pero el niño no se movió, con la mirada fija en los ojos del comandante seguía empuñando con firmeza su palo.
El comandante también permaneció inmóvil varios minutos, apuntando al niño con su arma, con la esperanza de que este desistiera y no tener que disparar.

Al fin el comandante bajó su arma, rendido ante la terquedad del niño decidió intentar convencerlo con razones.

- ¿Por qué arriesgas tu vida de esta forma, acaso estás loco? – pregunta el comandante.
- Loco es usted al venir hasta aquí e intentar quitarme todo lo que yo quiero – responde el niño manteniendo la firmeza de su actitud.
- ¿Qué es lo que quieres? – continua el comandante.

El niño intenta explicarle la razón por la que estaba allí parado frente a todos estos tanques. Le habla de su madre que está en casa preocupada por él, de su padre que arriesgaba también su vida por defenderlos y le habló del miedo que tenía de perderlos y quedarse solo.

El comandante comenzaba a sentirse incomodo de su posición, él solo obedecía órdenes, órdenes que no debían ser desafiadas. Pero estas órdenes habían sido tomadas por algún general de esos que nunca entran en batalla.

Luego de unos minutos pensando que debía hacer se reunió con sus subordinados y decidió retirarse.

- Creo que hoy te has convertido en un héroe niño – le dice mostrándole una sonrisa.

El niño no podía creer lo que había logrado, el solo había hecho retroceder a todo un batallón, había salvado el pueblo, había salvado a su madre.

Otra fuerte explosión hace temblar los muros del sótano, el niño vuelve a la realidad y se refugia en los brazos de su madre.
La madre lo abraza fuertemente y repite.

- Todo va a estar bien mi amor, todo va a estar bien.