La enfermedad de la princesa
- ¿Pero, que es lo que tiene mi hija? - preguntaba el rey al grupo que le rodeaba.
- ¿Acaso no sois los mejores magos del reino, acaso no gozáis de todas las gentilezas del rey, entonces decidme, que es lo que le pasa a mi hija?
El rey Bruno hacía ya 20 años que gobernaba estas tierras, y había sido un rey justo y por ello lo veneraban sus súbditos. Era "el rey del pueblo", así lo conocían.
Su hija, la princesa Clara, hacía cuestión de tres meses que había caído enferma. Fiebre alta que iba y venía, a veces estaba inconsciente durante días y a veces volvía, haciendo que su padre el rey volviese a albergar esperanzas de su recuperación, pero esto no pasaba.
- No encontramos explicación - respondía Lucas, el consejero del rey - Los magos todo lo han intentado.
El rey se había vuelto un hombre solitario desde el día en que su hija cayó enferma, solo se reunía con sus consejeros y magos para evaluar la situación de la princesa, y luego volvía al cuarto de su hija, donde dormía casi todas las noches, haciendo guardia por si la muerte aparecía, como queriendo hacerle frente y así impedirle que se lleve a su único amor.
Su esposa había muerto hacía ya doce años, el mismo día en que la princesa nació, y el rey había volcado todo el amor que tenía por su esposa a la nueva mujer que había entrado en su vida. Durante estos doce años a su hija no le faltó nada, las mejores ropas, las mejores comidas, prácticamente todo cuanto estuviese al alcance del rey estaba a disposición de su hija.
- Ha de estar siendo envenenada - acotaba uno de los magos - su latir es débil, y su carne se vuelve mas blanca cada día, eso es síntoma de envenenamiento.
- Pero quién osaría envenenarla, y bajo mis propios ojos - respondía el rey, con voz enojada.
- No lo sabemos - decía el consejero - además su hija siempre estuvo bajo nuestra vigilancia, y es imposible burlarla.
- Salvo que sea uno de vosotros - proponía el rey, acusándolos con la mirada.
- Esto es imposible - volvía a acotar el consejero - nuestra lealtad es probada, y si alguno fuese el traidor, ya lo hubiésemos encontrado y castigado.
Su hija era tan tierna que nadie pensaría en hacerle daño, su rostro se iluminaba cada vez que sonreía, sus ojos eran azules, los había heredado de su madre y reflejaban la pureza de la niña. Era la debilidad del rey, y desde que había caído enferma la salud del rey también había decaído, comía tan salteado que ya no recordaba si era almuerzo o cena, todas las tardes se encerraba en el cuarto de su hija a leerle cuentos y poemas.
Días después de esta conversación con su consejero y los magos, una campesina que tenía su granja cerca del castillo del rey solicitó ser recibida por este, argumentando que ella tenía la respuesta a la extraña enfermedad de la princesa.
El rey accedió a la extraña visita, a pesar de los consejos de sus mas cercanos súbditos que veían con malos ojos que alguien tan extraño se acercara al rey, pero el padre estaba dispuesto a hacer cuanto pudiese por salvar a la niña.
- Habla mujer, di lo que has venido a decirme - dijo el rey esperanzado por esta visita inesperada.
- Vuestra hija está muriendo por culpa del rey - dijo al fin la campesina.
- Como dices tal estupidez - respondió el rey, mientras desenvainaba su espada y la apuntaba a la cabeza de la campesina.
- La niña no tiene enfermedad alguna - prosiguió la mujer - la princesa muere de tristeza.
- Explícate - amenazaba el rey a la mujer, mientras apretaba la empuñadura de su espada la cual seguía apuntando a la cabeza de la campesina.
La mujer comenzó a explicarle lo que ella había visto durante años, como su padre en su afán de proteger a la princesa había restringido la libertad de la misma hasta hacerla una prisionera del castillo.
La mujer venía todos los días al castillo a vender lo que cosechaba en su granja, y veía como la niña pasaba horas observando el campo por la ventana de su cuarto en lo alto de la torre principal. La princesa observaba como los otros niños, los hijos de los campesinos jugaban y reían, como montaban a caballo y se mojaban los días de lluvia, cosas que para ella estaban prohibidas, no podía hacer nada que no fuese digno de una princesa, y todo lo que la pudiese dañar estaba vedado en el castillo.
El rey había ya bajado su espada, y vencido escuchaba el razonamiento de la campesina, no podía entender como todos los cuidados que había pedido para su hija eran los que la estaban matando.
La mujer convenció al rey de llevar a su hija hasta el establo, donde la princesa enfocaba sus miradas todas las mañanas cuando los caballos eran sacados a trotar.
- Esto le hará bien. - indicaba la mujer, y el rey esperaba que estuviese en lo cierto.
La niña fue llevada al establo en una camilla, y fue dejada sobre unos fardos de paja cerca de una de las caballerizas.
La mujer se alejó del grupo y unos segundos después volvió trayendo consigo a una de las yeguas del establo, una hermosa yegua blanca con una mancha negra entre los ojos.
Apenas sintió el primer relincho, la niña abrió los ojos con dificultad, y luego de unos segundos comenzó a acariciar el hocico del animal.
Un color rosa pálido empezó a invadir sus mejillas, y sus ojos brillaban nuevamente cuando de sus labios escapo una sonrisa.
Su padre olvidando todos los protocolos a los que un rey está atado cayo de rodillas frente a su hija, le tomo la mano y pronunció dos palabras, mirando a su hija dijo "perdón", luego vio hacia donde estaba la mujer y dijo "gracias".
Dos semanas después la niña se había recuperado casi completamente, ahora su día transcurría casi exclusivamente fuera de los muros del castillo, cuando no estaba jugando con los niños del pueblo montaba su yegua a la que había bautizado "reina" como un homenaje a su madre.
Ahora se mojaba cuando llovía, se ensuciaba de pies a cabeza cuando jugaba con sus nuevos amigos, los hijos de la campesina, y su padre la veía volver con una sonrisa tan grande que le era imposible retarla.
Ahora era el rey quien observaba por la ventana, disfrutando ver a su hija tan feliz.
Con todo su poder y riquezas no había podido ayudarla, y fue la libertad y la alegría las que le habían devuelto a su niña, más viva que nunca.
5 comentarios:
Moraleja:
si no querés que se te muera, dale rienda suelta :D
Me encanto me dio una ternura
Segui asi genio, sos el mejor
Y ahora me vas a dedicar uno si o noooo como te dije tierno y dulce como yo.
Besotes muuuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Hay algún chiste escondido acá, uno que involucra a yeguas y mujeres, pero debo estar muy cansada y no se me viene a la cabeza.
Muy lindo, Willy :D
Awww
Que tierno! Como todos me gustó mucho :)
Y perdón por no terminar de leerlo ayer pero una vez que me tuve que ir de la compu no pude volver :(
Me encanto Willy!! Increible lo tuyo... quién lo hubiera dicho...
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