lunes, 7 de julio de 2008

Valentín quería volar

Los niños del orfanato habían hecho dos largas filas en el pasillo principal, una fila sobre la pared norte y la otra sobre la pared sur. En el extremo de esas filas, donde estaba la ventana principal que daba al patio estaba Valentín.

- Va-len-tín… Va-len-tín… Va-len-tín – vitoreaban los niños.

Valentín comenzó su carrera por el pasillo mientras sus amigos seguían gritando su nombre.
Al final del pasillo, en el extremo opuesto de donde Valentín había comenzado su carrera se había montado una plataforma de salto improvisada, dos sillas apoyadas contra una mesa de las del comedor.

A medida que avanzaba Valentín aumentaba su velocidad y ya comenzaba a desplegar sus alas hechas con las sábanas de su cama. Las sillas lo ayudarían a subir a la mesa y luego desde esta saltaría hacia las escaleras que estaban detrás, el plan era perfecto, sería su primer vuelo exitoso.

Pero el plan perfecto tenía una falla, el alboroto armado por sus compañeros de travesura había alertado a las cuidadoras del orfanato que justo antes de que Valentín alcanzara su objetivo llegaron a detenerlo.

Los niños corrieron a esconderse en sus habitaciones mientras la directora de turno se encargaba de desarmar el disfraz de pájaro de Valentín. Acto seguido fue conducido a su habitación y recibió la esperada reprimenda.

Esa tarde estuvo castigado y no pudo salir al patio de juegos.
Al día siguiente volvió a su rutina, ocupando la hamaca que ya casi monopolizaba en las tardes. Columpiándose más y más alto para luego soltarse y caer en la montaña de arena que había preparado para amortiguar sus aterrizajes.
Debía entrenar más y más y así estaría preparado para el día en que empezaría a volar, además su aterrizaje todavía necesitaba práctica.

Sus amigos le daban ánimos, algunos solo para burlarse luego, otros esperando que los anhelos de Valentín se hicieran realidad y ellos pudieran presenciar el día en que los poderes del vuelo le fueran otorgados, tal como él prometía.

La sensación del viento en el rostro era su mayor placer, los pocos instantes que permanecía en el aire luego de separarse de la hamaca lo transportaban a un mundo de sueños donde podía sentir como crecían alas en su espalda. Pero la gravedad era difícil de engañar, parecía como si lo estuviese observando constantemente y en cuanto Valentín emprendía vuelo, ella lo regresaba a tierra.

La aventura de Valentín se había transformado en el comentario obligado de todos los almuerzos, incluso varios de los niños comenzaron a pensar en seguir sus pasos. Pero Valentín cual auténtico profesor de vuelo les explicaba lo costoso que es volar, el esfuerzo que lleva la práctica constante y como no debían rendirse a pesar de los fracasos.
Cuando caía la tarde reunía a sus íntimos amigos junto a las hamacas y les contaba de sus sueños, de cómo escaparía del orfanato algún día para recorrer el mundo.

A pesar de los incontables porrazos que se había pegado, a pesar de las rodillas lastimadas y las risas de los incrédulos, Valentín seguía intentando volar cada tarde, nadie le podía sacar de la cabeza esa idea.

Ese día de primavera parecía un día como cualquier otro, a la tarde los niños en el patio jugando y Valentín en su mundo, en su hamaca intentando por enésima vez volar. Junto a él todos sus seguidores, todos menos uno.

Cristian, el más pequeño de los seguidores de Valentín había desaparecido hacía unos minutos y todavía nadie extrañaba su presencia, hasta que alguien lo divisó.

Sobre el tejado del orfanato Cristian caminaba con cuidado acercándose al borde del techo envuelto en una sabana, emulando a su ídolo Valentín.

Valentín no podía creerlo, como podía Cristian pensar en volar si ni siquiera había practicado lo suficiente en la hamaca, y además era más torpe que él mismo en los aterrizajes, era una auténtica imprudencia.

- No saltes – gritaban las celadoras del orfanato mientras corrían.

Cristian no podía escuchar ni quería hacerlo, estaba seguro de si mismo y de poder escapar volando sin ningún rasguño. Valentín se sentía responsable de su amigo y también le gritó.

- ¡No saltes! – alcanzó a gritar, pero ya era tarde.

Cristian dio el último paso y saltó, desplegó la sábana intentando aletear y por un instante se sintió volar. Pero la gravedad lo pescó en el aire intentando engañarla, nadie se le iba a escapar.

Los gritos de horror de las celadoras se detuvieron en seco cuando pasó Valentín, volando desde la hamaca a más de quince metros de distancia atrapó en plena caída el cuerpo de Cristian y luego uso su propio cuerpo para amortiguar la caída de su amigo.
Los aterrizajes nunca fueron los suyo.

En el piso Cristian lloraba al ver a Valentín inmóvil junto a él, casi no prestaba atención a los raspones en sus rodillas que junto con un gran susto eran lo único que había conseguido de este intento de volar.

Al día siguiente la hamaca donde Valentín practicaba todas las tardes fue descolgada y la montaña de arena desapareció también.

Desde el hospital Valentín se recuperaba de sus huesos rotos mientras era retado por turnos por todas las celadoras del orfanato. Sin embargo la sonrisa no se borraba de su cara.

No se si volvió a intentarlo, solo se que en el orfanato nadie pudo olvidar el día que Valentín voló.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

tenes el don, no hay duda.

jp dijo...

:)

Anónimo dijo...

Esta barbaro, me gusto mucho, segui escribiendo asi
besotes

Stephanie Biscomb dijo...

Fuera de joda, este es el que más me gustó. Seguí así en serio!

Anónimo dijo...

Lo leí ayer, pero no comenté :-P Así que acá estoy.....la verdad que MUY bueno. Toda la historia, la redacción, como todo cierra bien, etc. Nada parece forzado.

Congratz.

Anónimo dijo...

Muy muy bueno.. Cyn

Pablo Manzoni dijo...

2008 fue el ultimo? ponete a escribir willy