sábado, 6 de octubre de 2007

Un momento

La canción sonaba nuevamente, todo volvía a ser perfecto en el mundo, perfecto como ese primer día, el día en que la conoció.
El viejo se levanta de su silla, el reuma y los años lo hacen caminar arqueado, recorre lentamente el espacio que lo separa de su esposa que lo observa en silencio desde el otro lado del comedor.
- ¿Bailamos? – pregunta el viejo

La respuesta fue la mano extendida de su esposa, pidiendo que la ayudara a levantarse.
Ambos caminan hasta el centro del comedor y luego de apartar algunas sillas para hacerse espacio, comienza la magia.
Los brazos del viejo vuelven a abrazar la cintura de su esposa, tal como hace tantos años que no lo hacían, ella hace lo propio colgando sus brazos del cuello de su esposo para luego descansar la cabeza en el pecho del viejo.

Hijos y nietos se miran sin entender demasiado pero ellos continúan bailando sin dar explicaciones, el universo había desaparecido bajo sus pies.
La canción duró una eternidad, los pasos lentos de los viejos dando vueltas entre las sillas del comedor, con los ojos cerrados ambos volaban en un recuerdo.

Fue un momento solamente, un momento que nunca acabó. Yo aún los veo bailando, cada vez que cierro los ojos y los recuerdo…

lunes, 6 de agosto de 2007

Loco sapiens

Sentado a la sombra del viejo sauce en medio del patio, así le gustaba pasar la tarde, conversando con su amor de cosas de todos los días, por momentos en silencios se dedicaba a mirarla como solo él sabía mirarla, como solo él podía mirarla.

Desde la ventana del tercer piso algunos doctores y enfermeros lo observaban y alguno se atrevía a bromear, era el loco que habla solo, la diversión de la tarde.

Al dar las cinco en punto sonaba el timbre que indicaba el fin de la hora de visita. A él no le gustaba ese momento, pero respetaba las reglas del manicomio y sabía que ella debía irse.
Se levantaba y la acompañaba hasta el portón de salida, la saludaba con un beso y la observaba alejarse hasta que ya no la veía. Luego volvía a su habitación sabiendo que al día siguiente ella regresaría, siempre lo hacía.

El diagnóstico era claro, esquizofrenia delirante con alucinaciones, para los doctores un caso perdido.
Los tratamientos no daban resultados, ni las drogas antipsicóticas ni las diarias entrevistas con el psicólogo, nada parecía surtir efecto alguno sobre su estado.

Al día siguiente, al caer las primeras horas de la tarde su esposa retornaba a visitarlo, juntos caminaban hasta el centro del patio y nuevamente bajo la sombra del viejo sauce continuaban el ritual.

- ¿Por qué nunca viene a visitarme Mariana? – Preguntaba el loco por su hija – ¿sigue enojada conmigo?
Luego bajaba la cabeza, al parecer la respuesta fue que si.

Su hija Mariana nunca lo pudo perdonar, en él veía al culpable de la decisión que su madre había tomado hacía ya más de dos años. Nunca lo vino a visitar, lo sentenció al olvido y ahora su hija vivía huérfana por elección.

Los días del loco eran tranquilos y monótonos, caminaba por los pasillos lentamente de un lado a otro, a veces se paraba a conversar, pero era hombre directo y de pocas palabras.

- ¿Vos crees en dios? – le preguntaba uno de los enfermeros.
- Todavía no – respondía el loco – estoy esperando que él empiece a creer en mí.

En el fondo se leían en él memorias, rencores y tristezas. En la soledad de su habitación, cuando nadie lo veía, a escondidas varias veces le dedicó un llanto a su amor. A pesar de su locura el sabía que algo estaba mal.

Una nueva droga, de esas que vienen con publicidad de milagrosas llegó al manicomio. Y él era el sujeto indicado para las primeras pruebas, alguien que se resistía a todos los otros tratamientos y que no tenía a nadie que por el respondiera o pudiese oponerse al experimento.

Las dosis comenzaron a administrarse en cantidades bajas, luego al ver que los resultados no aparecían se incrementaron significativamente.
Al cabo de dos semanas los primeros resultados empezaron a aparecer, por momentos el loco despertaba de sus delirios, en medio del patio se encontraba perdido, sin saber como había llegado hasta ahí o porque permanecía sentado solo.

Los doctores se sentían triunfantes, la esquizofrenia retrocedía y ya no era tan normal verlo conversar con un recuerdo.
Pero todas las drogas que se precien de milagrosas tienen sus efectos secundarios y esta no podía escaparse. El loco cambió sus conversaciones de las tardes por encierros solitarios en su habitación. Sin las visitas de su amada comenzó a ser consiente de su soledad, los recuerdos que su enfermedad reprimía ahora florecían en la memoria.

La junta médica fue reunida para evaluar los progresos del tratamiento y el loco asistió en calidad de conejillo de indias.

- Hemos visto un notable progreso en su estado. – Comentó uno de los doctores.

El loco no respondió, ni siquiera levantó la cabeza para mirarlos, permaneció callado escuchando las especulaciones sobre su locura y recuperación.
El silencio del loco no era bienvenido, para que un loco se de por curado este debe demostrarlo y al parecer este no se daba por aludido con el diagnóstico.
El jefe de la junta decide hacer una pregunta más directa.

- ¿Acaso usted no se siente mejor, acaso usted no observa lo que todos nosotros?

El loco decidió responder y la respuesta fue algo que ninguno de los doctores se habría esperado. Se observaron durante unos segundos y lo dejaron volver a su habitación mientras deliberaban.

Al día siguiente el loco volvió a su medicación anterior y al cabo de dos semanas otra vez lo vieron bajo el viejo sauce, hablándole al aire, sonriendo de a ratos.

Desde la ventana del tercer piso algunos doctores y enfermeros lo observaban y comentaban todavía la respuesta del loco.
Durante varios años se recordó el día en que el loco entre lágrimas les suplicó…

- Si estoy cuerdo la pierdo.
- Prefiero estar loco doctor… Prefiero estar loco.

sábado, 4 de agosto de 2007

Un día en la vida

Suena el despertador y como todas las mañanas Esteban comienza su rutina, ducha, desayuno y a salir corriendo para el trabajo. Pero este día estaba destinado a ser distinto, había algo en el aire que no lo dejaba tranquilo.

Sale corriendo a la calle esperando encontrar un taxi que lo rescate de su tercera llegada tarde en el mes, sin embargo antes de encontrar el vehículo salvador una loca idea toma el control de su existencia.
Ya sin tanta aceleración su idea se transformó en convicción y armado de razones tomo su primera desición adulta.

Volvió a correr pero esta vez en dirección opuesta, entró nuevamente en su casa para deshacerse de la corbata y sus apretados zapatos. Acto seguido volvió a salir a la calle, ya más cómodo y despreocupado.

Caminando y caminando llegó hasta el viejo barrio que lo vio crecer. La placita con las hamacas, el murito de la casa de Nicolás, hasta el viejo baldío donde se hacían los partiditos de fútbol todos los días a la tarde después de la escuela, todo estaba ahí, con varios años más a cuestas tal como él, pero seguían ahí..
Al pasar por la casa de la esquina, la casa de Raquel – la vieja más gruñona que conoció en su vida – hizo lo que tantas veces había soñado con hacer, se colgó de las viejas rejas de hierro y estirando la mano robó una de las rosas que la vieja cuidaba con pasión – y algo de locura.

Siguió su camino hasta su primer destino, la casa de Natalia, el gran amor de toda su vida, a quien nunca tuvo el valor de decirle lo que sentía y a quien ahora solo veía de vez en cuando los días que iba a visitar a su madre que todavía vivía en el viejo barrio.

– ¡¡Te amo!! – le dice a la sorprendida Natalia ni bien esta abre la puerta.

Le entrega la rosa recién arrancada y se va sin decir más palabras ni esperar respuestas, dejando atrás a una aturdida Natalia. Lo que venía a hacer ya estaba hecho y debía seguir con su plan del día.

La siguiente escala en su itinerario estaba solo a un par de cuadras, era la casa de su madre, casa que hacía más de tres meses no visitaba por falta de tiempo.

– No tendrías que estar trabajando – le pregunta su madre en cuanto lo ve plantado frente a la entrada esperando la invitación a pasar.

Mientras tomaban unos mates en la cocina Esteban le comentaba la decisión que había tomado. La madre escuchó atentamente el discurso de su hijo y al final del mismo, sin palabras para decir le regalo una lágrima y una sonrisa. Y él supo que estaba bien.

Retornó a su camino y se dirigió a su trabajo, ese trabajo que le había quitado horas de sueño y de vida. Al entrar a la oficina todos lo observaban con intriga, se parecía al Esteban que ellos conocían, pero este sonreía.
Se dirigió a la oficina de su jefe, el cual lo miró con enojo en cuanto lo vio aparecer.

– Renuncio – dice Esteban ni bien cruza la puerta y sin mediar más palabras se da media vuelta y se retira mientras suenan las palabras de su jefe que él parece no escuchar.

Vuelta a la calle y ya sin un empleo que le ate las piernas emprende la caminata sin rumbo fijo.
Compra papitas fritas y chocolates en un kiosco y se dispone en plena rambla a disfrutar su recién adquirida libertad.

Al caer la tarde decide emprender el camino de regreso a casa, donde deberá meditar sus planes para el próximo día.
Al llegar a casa, antes de abrir la puerta algo lo detiene, le pareció escuchar su nombre pronunciado por una voz que hacía mucho tiempo no escuchaba. Al darse vuelta ve que era Natalia quien pronunciaba su nombre mientras se acercaba a él.
Ahora era él el que quedaba sin palabras mientras la observaba acercarse con la rosa aún en la mano.

– ¡¡Yo también!! – dijo Natalia y quedó callada. Fue suficiente.

Esteban había acertado esa mañana cuando permitió que esa loca idea se apoderara de su vida. Esa mañana había decidido… ser feliz.

martes, 10 de julio de 2007

De sapos y pozos, fosas y sopas

Su charco era el mejor ubicado de todo el pantano, el sol le daba de lleno en la mañana calentándole el agua para su baño matinal, al mediodía el alto sauce le daba la sombra justa para no achicharrarlo.
En el pantano era envidiado por el resto de sus congéneres, nadie sabía como había llegado este feo sapo a hacerse acreedor de tan hermosa parcela de barro y agua, seguramente la habría heredado.
A pesar de lo envidiada de su posición terrenal el sapo se encontraba muy desconforme con su húmedo presente, al fin y al cabo era solo un pozo de barro, algo indigno para sus encumbrados anhelos.

El pantano estaba alejado de toda ciudad humana, algo que para la mayoría de los sapos era una bendición, pero para el sapo de este cuento era un auténtico desastre.
Como todo buen sapo de cuentos este no podía ser menos y vivía esperando el día en que alguna triste princesa, desengañada del amor, caminara por la rivera del pantano y posara su mirada en su verde figura. Un sapo tan atractivo como él no podía pasar desapercibido por una princesa y seguramente esta le regalaría el beso que lo convertiría en príncipe.

Pero por este pantano no pasaban princesas, ni caballeros pasaban, ni siquiera los mendigos del pueblo se acercaban demasiado, era un pantano maloliente donde no había mucho para ver.

A veces era motivo de burlas de sus vecinos, un sapo que renegaba de su condición de batracio y que pretendía por esposa nada menos que a una mujer humana y por si esto fuera poco, princesa.

La espera lo llevó al cansancio y el cansancio a la desesperación, y un día decidió salir a su encuentro, al encuentro de su amor de cuentos de hadas, la princesa que de él haría un príncipe. Y así fue, sin nada más que la esperanza partió del pantano dejando su pozo atrás en donde ya sus congéneres se disputaban la posesión.

De cuando en cuando paraba para descansar y conversar, conversaba con todo aquel que se le cruzaba, es que quería que todos supieran que se iba a casar.

-¿Y con quien te vas a casar sapo? – le preguntaban
- Con la princesa – respondía sin vacilar

Algunos reaccionaban con sorpresa y otros con carcajadas, pero el sabía que su futuro ya estaba escrito.

Nota del Autor: Bueno, su futuro todavía no está escrito, en realidad todavía lo estoy escribiendo.

Semanas después del comienzo de su aventura el sapo llega al fin a las afueras del castillo, su alegría se mezcla con la incertidumbre de imaginar como sería su princesa, sería rubia o morocha, su color de ojos sería azul o tal vez marrón, su voz seguramente será suave y melodiosa.
Sin embargo al encontrarse tan cerca de su amor se encontró con un nuevo reto, el castillo permanecía cerrado y la honda fosa que lo rodeaba estaba plagada de hambrientos caimanes que se sentirían honrados en devorarlo sin siquiera dudarlo.

Así paso un par de días, imaginando las soluciones a su estancada situación, hasta que el puente del castillo bajó, el tráfico de gente yendo y viniendo comenzó a aparecer y esta era la oportunidad que el tanto había esperado.

Sin dudarlo más emprendió su última carrera como sapo hacia su nueva casa, pero antes de lograr cruzar el largo puente hacia el castillo sintió que era atrapado por unas manos delicadas que luego lo apresaban dentro de una tibia bolsa de tela.

Al día siguiente en el castillo se preparaba el banquete para anunciar la boda, la larga mesa del rey se vestía de gala al igual que los invitados.
A la hora del almuerzo el ambicioso sapo al fin cumplió su sueño, los labios de la hermosa princesa se posaron sobre él, pero ya era demasiado tarde, el sapo era sopa y no había hadas que lo ayudaran ni tiempo para transformación.

jueves, 28 de junio de 2007

Alicia en el país del Nunca Más

Alicia era una mujer ya entrada en años, “la doña” como le decían los pibes del barrio era querida por los que la conocían y respetada por los que no.
Vivía sola en la casa que una vez fue de su padre, la vieja casa de la esquina que aunque un poco descascarada todavía luce su celeste original, las puertas de madera de roble, altas y gruesas resguardaban el largo pasillo que lleva del patio trasero directo a la vereda.

Su infancia estuvo llena de aventuras. Junto con Luis, su hermano menor, corrían y jugaban hasta cansarse para luego sentarse a la sombra de la gran puerta a pintar sueños en el aire.
Varias veces había tenido que salir en socorro de su hermanito, el que por ser el más chico del barrio muchas veces era cartón ligador de la paliza del día. Nadie esperaría que una chiquilina tan educada pudiese tener el coraje de sacar a las pedradas a los mocosos del barrio, pero era su hermanito, y lo valía.

Pero ya no era más una chiquilina, el tiempo corrió tan rápido que al final la alcanzó, o tal vez ella se había dejado alcanzar. Los rubios bucles de la niñez se habían teñido de cenizas, y su brillante sonrisa se le había arrugado.
Ahora su día lo pasaba mayormente en casa, solo se la veía afuera cuando iba de compras al almacén cada mañana, con el paso tranquilo que solo detenía para conversar con alguna vecina de esas que siempre buscan algo de que chusmear.

A la tarde se sentaba a tomar unos mates en el patio del fondo, tranquila esperando que se le pase la hora. Dos por tres, en esas meditaciones de atardeceres se le cruzaban los recuerdos y le robaban una lágrima.

Entre sueños viajaba a su juventud, ese tiempo en el que ella junto con su hermano querían cambiar el mundo, eran tiempos difíciles para pensar ideas propias, pero ellos se atrevieron.
Recordaba como los sueños que cuando niños pintaban en el aire luego los pintaban en paredes, mil graffitis pidiendo paz, ecos de voces que querían ser escuchadas.

Y también recordaba de la noche que la puerta de calle se abrió de una patada, recordaba el ruido de las botas corriendo por el corredor, los gritos y forcejeos de los cuatro hombres que a punta de pistola esa noche se llevaron a Luisito, a su hermanito.
Y lloraba porque esa noche no pudo hacer nada, porque desde el piso temblando no tuvo el coraje de juntar nuevamente las piedras y sacar a cascotazos a estos nuevos mocosos.

Y esa fue la última vez que vio a su hermano y a pesar de que busco, busco y rebusco, nunca nadie le supo decir en donde estaba.
Al parecer su hermano era culpable de pensar en voz alta, algo que en esa época estaba prohibido, un crimen así en ese momento era merecedor del máximo castigo, la desaparición.

A veces también recordaba con bronca cuando le dijeron que nada había pasado, que si hacía fuerza, mucha fuerza se daría cuenta que tal vez su hermano se había ido por si solo y que ella todo lo había soñado.
Se canso de ver a quienes le habían quitado una parte de su vida, caminar por la calle como si nada.
Se canso de pedir justicia, se canso de pedir explicaciones, se cansó.

Y la pobre vieja, cansada, resignada y defraudada hoy quiere hacer una locura, hoy quiere recordar a su hermanito tal como él quisiera ser recordado.
A la noche se escabulle entre las sombras, con un tacho de pintura y una brocha, marcha hasta la plaza del barrio donde un gran muro blanco le hace frente con valentía.
Luego de un rato, con el pecado consumado vuelve a su casa, con la cara manchada de pintura pero con el alma limpia y contenta.

A la mañana los vecinos se juntaban a discutir del acto de vandalismo, especulando que grupo de mocosos se habría atrevido a manchar su blanco muro.
Entre el montón de gente que observaba se cuela Alicia, y con disimulo esboza una sonrisa mientras lee lo que el muro grita a los cuatro vientos.

“Ojala mis ojos nunca queden ciegos, ojala mi boca nunca quede muda, ojala nunca pierda la memoria y la razón.
Nunca más en mi país… nunca más.”