Alicia en el país del Nunca Más
Alicia era una mujer ya entrada en años, “la doña” como le decían los pibes del barrio era querida por los que la conocían y respetada por los que no.
Vivía sola en la casa que una vez fue de su padre, la vieja casa de la esquina que aunque un poco descascarada todavía luce su celeste original, las puertas de madera de roble, altas y gruesas resguardaban el largo pasillo que lleva del patio trasero directo a la vereda.
Su infancia estuvo llena de aventuras. Junto con Luis, su hermano menor, corrían y jugaban hasta cansarse para luego sentarse a la sombra de la gran puerta a pintar sueños en el aire.
Varias veces había tenido que salir en socorro de su hermanito, el que por ser el más chico del barrio muchas veces era cartón ligador de la paliza del día. Nadie esperaría que una chiquilina tan educada pudiese tener el coraje de sacar a las pedradas a los mocosos del barrio, pero era su hermanito, y lo valía.
Pero ya no era más una chiquilina, el tiempo corrió tan rápido que al final la alcanzó, o tal vez ella se había dejado alcanzar. Los rubios bucles de la niñez se habían teñido de cenizas, y su brillante sonrisa se le había arrugado.
Ahora su día lo pasaba mayormente en casa, solo se la veía afuera cuando iba de compras al almacén cada mañana, con el paso tranquilo que solo detenía para conversar con alguna vecina de esas que siempre buscan algo de que chusmear.
A la tarde se sentaba a tomar unos mates en el patio del fondo, tranquila esperando que se le pase la hora. Dos por tres, en esas meditaciones de atardeceres se le cruzaban los recuerdos y le robaban una lágrima.
Entre sueños viajaba a su juventud, ese tiempo en el que ella junto con su hermano querían cambiar el mundo, eran tiempos difíciles para pensar ideas propias, pero ellos se atrevieron.
Recordaba como los sueños que cuando niños pintaban en el aire luego los pintaban en paredes, mil graffitis pidiendo paz, ecos de voces que querían ser escuchadas.
Y también recordaba de la noche que la puerta de calle se abrió de una patada, recordaba el ruido de las botas corriendo por el corredor, los gritos y forcejeos de los cuatro hombres que a punta de pistola esa noche se llevaron a Luisito, a su hermanito.
Y lloraba porque esa noche no pudo hacer nada, porque desde el piso temblando no tuvo el coraje de juntar nuevamente las piedras y sacar a cascotazos a estos nuevos mocosos.
Y esa fue la última vez que vio a su hermano y a pesar de que busco, busco y rebusco, nunca nadie le supo decir en donde estaba.
Al parecer su hermano era culpable de pensar en voz alta, algo que en esa época estaba prohibido, un crimen así en ese momento era merecedor del máximo castigo, la desaparición.
A veces también recordaba con bronca cuando le dijeron que nada había pasado, que si hacía fuerza, mucha fuerza se daría cuenta que tal vez su hermano se había ido por si solo y que ella todo lo había soñado.
Se canso de ver a quienes le habían quitado una parte de su vida, caminar por la calle como si nada.
Se canso de pedir justicia, se canso de pedir explicaciones, se cansó.
Y la pobre vieja, cansada, resignada y defraudada hoy quiere hacer una locura, hoy quiere recordar a su hermanito tal como él quisiera ser recordado.
A la noche se escabulle entre las sombras, con un tacho de pintura y una brocha, marcha hasta la plaza del barrio donde un gran muro blanco le hace frente con valentía.
Luego de un rato, con el pecado consumado vuelve a su casa, con la cara manchada de pintura pero con el alma limpia y contenta.
A la mañana los vecinos se juntaban a discutir del acto de vandalismo, especulando que grupo de mocosos se habría atrevido a manchar su blanco muro.
Entre el montón de gente que observaba se cuela Alicia, y con disimulo esboza una sonrisa mientras lee lo que el muro grita a los cuatro vientos.
“Ojala mis ojos nunca queden ciegos, ojala mi boca nunca quede muda, ojala nunca pierda la memoria y la razón.
Nunca más en mi país… nunca más.”
5 comentarios:
Sos un grande Willito.
¡Bien ahí, Willy! A veces estos temas se vuelven muy políticos e ideológicos y pierden el toque humano. Menos mal que hay personas como vos, que mantienen viva la parte humana de todo este asunto de mierda.
Me encantan. Hace un siglo que no dejo comentarios, pero me encantan. :P
(Y cada vez son más largos, bo!)
Seguí así. :D
Otro cuentito digno de vos Willy!
Prometo que el otro lo leo más rápido :P
un lindo relato
fuerte
y profundo
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