Un día en la vida
Suena el despertador y como todas las mañanas Esteban comienza su rutina, ducha, desayuno y a salir corriendo para el trabajo. Pero este día estaba destinado a ser distinto, había algo en el aire que no lo dejaba tranquilo.
Sale corriendo a la calle esperando encontrar un taxi que lo rescate de su tercera llegada tarde en el mes, sin embargo antes de encontrar el vehículo salvador una loca idea toma el control de su existencia.
Ya sin tanta aceleración su idea se transformó en convicción y armado de razones tomo su primera desición adulta.
Volvió a correr pero esta vez en dirección opuesta, entró nuevamente en su casa para deshacerse de la corbata y sus apretados zapatos. Acto seguido volvió a salir a la calle, ya más cómodo y despreocupado.
Caminando y caminando llegó hasta el viejo barrio que lo vio crecer. La placita con las hamacas, el murito de la casa de Nicolás, hasta el viejo baldío donde se hacían los partiditos de fútbol todos los días a la tarde después de la escuela, todo estaba ahí, con varios años más a cuestas tal como él, pero seguían ahí..
Al pasar por la casa de la esquina, la casa de Raquel – la vieja más gruñona que conoció en su vida – hizo lo que tantas veces había soñado con hacer, se colgó de las viejas rejas de hierro y estirando la mano robó una de las rosas que la vieja cuidaba con pasión – y algo de locura.
Siguió su camino hasta su primer destino, la casa de Natalia, el gran amor de toda su vida, a quien nunca tuvo el valor de decirle lo que sentía y a quien ahora solo veía de vez en cuando los días que iba a visitar a su madre que todavía vivía en el viejo barrio.
– ¡¡Te amo!! – le dice a la sorprendida Natalia ni bien esta abre la puerta.
Le entrega la rosa recién arrancada y se va sin decir más palabras ni esperar respuestas, dejando atrás a una aturdida Natalia. Lo que venía a hacer ya estaba hecho y debía seguir con su plan del día.
La siguiente escala en su itinerario estaba solo a un par de cuadras, era la casa de su madre, casa que hacía más de tres meses no visitaba por falta de tiempo.
– No tendrías que estar trabajando – le pregunta su madre en cuanto lo ve plantado frente a la entrada esperando la invitación a pasar.
Mientras tomaban unos mates en la cocina Esteban le comentaba la decisión que había tomado. La madre escuchó atentamente el discurso de su hijo y al final del mismo, sin palabras para decir le regalo una lágrima y una sonrisa. Y él supo que estaba bien.
Retornó a su camino y se dirigió a su trabajo, ese trabajo que le había quitado horas de sueño y de vida. Al entrar a la oficina todos lo observaban con intriga, se parecía al Esteban que ellos conocían, pero este sonreía.
Se dirigió a la oficina de su jefe, el cual lo miró con enojo en cuanto lo vio aparecer.
– Renuncio – dice Esteban ni bien cruza la puerta y sin mediar más palabras se da media vuelta y se retira mientras suenan las palabras de su jefe que él parece no escuchar.
Vuelta a la calle y ya sin un empleo que le ate las piernas emprende la caminata sin rumbo fijo.
Compra papitas fritas y chocolates en un kiosco y se dispone en plena rambla a disfrutar su recién adquirida libertad.
Al caer la tarde decide emprender el camino de regreso a casa, donde deberá meditar sus planes para el próximo día.
Al llegar a casa, antes de abrir la puerta algo lo detiene, le pareció escuchar su nombre pronunciado por una voz que hacía mucho tiempo no escuchaba. Al darse vuelta ve que era Natalia quien pronunciaba su nombre mientras se acercaba a él.
Ahora era él el que quedaba sin palabras mientras la observaba acercarse con la rosa aún en la mano.
– ¡¡Yo también!! – dijo Natalia y quedó callada. Fue suficiente.
Esteban había acertado esa mañana cuando permitió que esa loca idea se apoderara de su vida. Esa mañana había decidido… ser feliz.
3 comentarios:
.. buena historia! definitivamente, me gustan los finales felices
Hola Willy. Hace muchos años, mucho antes de mi casamiento, hice más o menos lo que hizo el protagonista del cuento (aunque con diferencias, por ej., sin la flor, y no dejé de trabajar, etc., pero el concepto es el mismo). Y marché a visitar a una mina del liceo que me encantaba. Yo tenía como 22 años, y habían pasado 6 ó 7 desde que fuimos compañeros. Y mi final no fue tan feliz como el de la historia... Aunque sí pasamos un buen rato. Saludos, fede.-
Hoy, con tiempo, entro a este blog, que me parece de lo más interesante. Con respecto a este relato: Por elección propia, claro está, trabajo en un lugar que no satisface 100 % mis expectativas. Pero... sigo ahí por comodidad. Y porque quizá ya esté un poco aburrida de lo que hago, y justamente ese trabajo cómodo me permite tener tiempo para dos de mis grandes pasiones: cantar y escribir. Igual, de tanto en tanto reniego del mismo, pero ... es lo que yo decidí.
Mi blog es annadonner.blogspot.com
Saludos, Anna
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