El funeral de un héroe
Una larga caravana de autos recorría la avenida 18 de Julio en dirección al Obelisco.
Una carroza fúnebre (repleta de flores y banderas uruguayas) iba encabezando el desfile, cargando un lujoso ataúd que la intendencia había dispuesto para una digna despedida.
En las veredas, el público atónito asistía al momento que nadie había imaginado vivir, el funeral de Ismael, o como lo conocían todos, “El Gaucho”.
Había muerto en su ley, haciendo aquello por lo que el pueblo le había otorgado el mote de “héroe”, interponiéndose entre un arma cargada y una persona de bien.
Ismael no portaba armas, ni cubría su mortal humanidad con escudos ni armaduras. Un ciudadano común y corriente, cuyos únicos atributos destacables eran su valentía y su inconsciencia ante el peligro.
Su primera aparición en los medios había sido hace ya más de 10 años. Los titulares fueron su mejor marketing.
“Valiente ciudadano salva a una familia entera de ser atropellada”
Ese día pasaba por la esquina de 18 de julio y Barrios Amorín, caminando hacia el trabajo, cuando un auto cruzó el semáforo en rojo.
Ismael notó que el auto iba directo a una familia que cruzaba la calle, por lo que (descuidando su integridad física) se lanzó hacia ellos y apartó con sus brazos al grupo entero.
Sobre la vereda cayeron los dos niños, la madre y el abuelo, seguidos por Ismael que los arrastraba.
El auto logró frenar a media cuadra, luego de haber chocado con un par de vehículos estacionados.
La noticia dio cuenta de los moretones de los adultos y el llanto de los niños, pero haciendo énfasis que la alternativa hubiese tenido un resultado mucho más lamentable.
Ese día, cuando Ismael llegó a la casa y comentó con su familia el acto heroico, fue abrazado y reprendido por Gabriela, su esposa e Isabella, su hija de 10 años.
- Mirá si te pega a vos el auto, estás loco. – Le reprochaba justificadamente Gabriela.
Una vez pasado el susto y el rezongo, el abrazo continuó y se transformó en un gesto de orgullo y cariño.
Las redes sociales se habían hecho eco de la noticia y además de la viralización de la nota, se agregaba la referencia a Ismael como “el héroe de El Gaucho”, referenciando al monumento a esa figura criolla que adorna esa esquina del centro de Montevideo.
El mote se fue simplificando con el tiempo y las sucesivas apariciones del héroe en la prensa y en las redes sociales. Al final se terminó resumiendo a “El Gaucho”.
La caravana, que había comenzado en la Plaza Independencia, se detuvo al llegar a la esquina de 18 y Barrios Amorín, allí donde todo había empezado. El público, que se había amontonado allí esperando este momento, selló la despedida con un aplauso ensordecedor que duró más de 5 minutos. Luego, fueron necesarios otros 10 minutos para lograr que el cortejo pudiera seguir avanzando.
Algunos canales de televisión, que estaban transmitiendo en directo, intercalaban entrevistas con alguno de los tantos testigos de sus hazañas.
Estuvo el dueño del supermercado que vio la muerte a la cara, cuando por nervios no lograba abrir la caja registradora durante un asalto, y que, cuando el ladrón le puso el arma en la frente, vio como El Gaucho aparecía de entre los asustados clientes, intentando hablar con calma con el nervioso criminal, convenciéndolo de que este bajara el arma y se fuese con lo poco que había conseguido, pero que no cometiera una locura que no podría remediar.
También dio su testimonio Carmen, la señora que El Gaucho había convencido de no saltar desde la cornisa de aquel edificio, hace ya algunos años. Había pasado más de 40 minutos hablando con ella, enumerándole las cosas buenas que tenía en su vida.
Y por supuesto (porque el morbo vende más que la leyenda), también estuvo el chofer del ómnibus que intentaron robar hacía unos pocos días, justo cuando Ismael iba como pasajero hacia el trabajo.
Cualquiera en su lugar hubiese puesto cuerpo al piso cuando el criminal desenfundó su arma y le gritó al chofer que le entregara la recaudación.
Pero Ismael no era cualquiera, por lo que decidió avanzar con voz tranquila, acercándose al sujeto e interponiendo su propio cuerpo en el camino del arma, intentando convencerlo de como estaba arruinando su vida con esto.
Esta vez no funcionó, la detonación retumbó en todos los vidrios del ómnibus y provocó los gritos de terror de más de un pasajero. Acto seguido, el ladrón salió corriendo del vehículo y se perdió entre las calles.
El cuerpo de El Gaucho cayó seco, con el agujero de la bala asomando en medio de su pecho. Respiró con dificultad unas 2 o 3 veces y luego todo terminó para él.
La transmisión de la televisión vuelve a la señal en vivo, con la caravana ya entrando en el cementerio. Allí las cámaras estaban prohibidas, por lo que los periodistas debieron esperar afuera durante varias horas.
La familia y los cercanos a Ismael se quedaron dentro esperando que la turba de fans y chismosos se disolviera.
Al fin, ya con las lágrimas enjuagadas y los ánimos más calmados, la familia decide abandonar el cementerio.
Al salir, solo un periodista se había quedado haciendo guardia en la puerta. Corriendo desde detrás de unos árboles tomó por sorpresa a la viuda y a su hija mientras estas salían caminando hacia los autos.
- ¿Qué sienten en este momento, donde el pueblo le dio una merecida despedida a un verdadero héroe? – Preguntó el impertinente reportero.
Gabriela eligió ignorarlo y continuar su caminar hacia el auto que la esperaba para retornar a su casa. En cambio, Isabella, decidió detenerse, giró su cabeza y miró con una mezcla de tristeza y enfado al sujeto.
- ¿Héroe? ¿Qué saben ustedes? – Increpó mientras enfrentaba el micrófono.
- ¿Quieren saber quién era mi padre? – Continuó.
El periodista, sorprendido por la actitud de la hija de el héroe, no podía desaprovechar la oportunidad de enterarse de algún secreto de la vida de “El Gaucho”. Podría ser la noticia del año.
- ¿Qué quiere decir? – Replicó mientras acercaba el micrófono y la cámara enfocaba en primer plano a la joven hija.
- Mi padre era un mentiroso y un ladrón.
- Se ausentó de casa por semanas, más de una vez. Ni al trabajo iba, por lo que lo terminaban echando.
- Nunca tuvo un peso, ni pudo superarse.
- ¿Héroe? Ustedes no conocieron a mi padre más allá de los titulares sensacionalistas o los relatos, que, pasando de boca en boca, acabaron llenos de exageraciones y fantasías.
Los ojos del periodista parecían escapar de sus órbitas. Esto era oro puro.
Si hay algo que tiene mejor prensa que un héroe, es un héroe que se transforma en fraude.
Isabella, con los ojos llenos de lágrimas, continua su relato.
- Yo le creí a mi padre cuando me decía que no tenía hambre, que “ya había comido”. Y luego con el paso de los años supe que me había mentido, que la comida no alcanzaba, así que la que había, era para nosotras. Él, aguantaba.
- Yo comía de los fideos que mi padre le robaba a don Manuel, el almacenero de la esquina, que hacía la vista gorda porque sabía que mi viejo no le podía pagar.
- Y sabía también que luego volvía arrastrando vergüenzas, cuando conseguía algo de dinero, para pagar las cosas que se había llevado “de prestado”.
- Yo sabía perfectamente que mi padre se ausentaba durante largo tiempo de casa. Lo sabía porque dormía en la silla del hospital donde yo pasé largos períodos internada por alguna complicación del asma.
- Y fue ahí cuando lo escuché responderle “de acá no me muevo” a su jefe, que lo echó sin titubear.
- Nunca tuvo un peso, por lo menos no para él, los gastaba en regalos para mi cuando era niña, en los remedios que costaban un ojo de la cara, o en mis estudios, para darme el futuro que él no pudo tener.
- ¿Con qué derecho le dicen héroe? – Repitió ya con los ojos ahogados de lágrimas.
- Él era un héroe sí. Porque estuvo para nosotras, siempre.
- Su nombre no era Gaucho, era papá.
- Él era mi héroe... Y no se los presto.
1 comentario:
No podías defraudar,una historia conmovedora.
Publicar un comentario