domingo, 30 de noviembre de 2025

Final feliz

Esa tarde de otoño no tenía nada de especial.

Los pasillos del hospital permanecían tranquilos y algo sombríos a esa hora, donde todavía no se encendían las luces de noche y el sol ya retiraba lentamente su brillo de las ventanas.
El silencio en la habitación de Silvio era apenas interrumpido por el lejano sonido de unos pasos y una tos seca que se escuchaba a distancia.

El viejo permanecía tendido en su cama, inmóvil, callado, disfrutando la paz de los últimos rayos de luz solar que entraban a su habitación.
Hacía un buen rato que su acompañante había terminado el turno, pero igualmente permanecía en la silla junto a la cama del viejo, regalándole unos minutos extras mientras esperaba la llegada de la hija de Silvio que la reemplazaría como todos los días.

-         – Debe haber perdido el ómnibus – Dijo ella, cortando el silencio, disimulando su molestia.

Él, movió los ojos en dirección de la enfermera y asintió levemente con la cabeza, intentando también esbozar una sonrisa que disimulara la preocupación por el retraso de su acompañante nocturna.

Su hija acudía diariamente al hospital desde que Silvio quedó internado hacía ya nueve días. Y siempre llegaba puntual, a las 18:30 horas, luego de liberarse de su trabajo.

Pero hoy ya habían pasado más de veinte minutos de la hora y aún no llegaba.

La situación del viejo había ido empeorando con los días, pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Los sucesivos incrementos en las dosis de calmantes habían ido restringiendo su tiempo de vigilia y la fatiga física ya le impedía levantarse de la cama.
Solo hablaba ocasionalmente, cuando era absolutamente necesario y su agotamiento se lo permitía.

El cáncer había avanzado rápida e implacablemente desde que retornó hacía un par de meses. Además, a su edad los tratamientos solo aumentaban el riesgo de empeorar su estado, por lo que a esta altura solo le estaban aplicando cuidados paliativos.

El pronóstico era el único esperable en esa situación… solo un milagro podría salvarlo.

Él ya había aceptado su destino y solo quedaba esperar que el proceso se diera sin mayor sufrimiento.

La enfermera, que ya se estaba sintiendo incomoda ante la situación, al fin se levanta de su silla y camina hacia el pasillo mientras le muestra el teléfono en la mano a Silvio y le dice:

-         – Voy a llamarla.

El viejo solo logra escuchar unos susurros mezclados con pasos que se alejan lentamente, hasta perderse nuevamente en el silencio de los pasillos del hospital.
Unos minutos después, los pasos vuelven a aparecer y acercarse como amontonados, pero en esta ocasión acompañados de otros murmullos.

La puerta se abre y por fin entra Manuela, la hija de Silvio, junto con la enfermera. Esta última toma sus pertenencias, saluda al viejo y lo deja a solas con su hija.
Manuela permanecía en silencio, mirando al piso como arrepentida, pero no era su tardanza lo que la apenaba.

-         – Estaba preocupado. – Dijo él, forzando la voz.

-         – Perdón, surgió algo. – Respondió ella, aún sin levantar la mirada.

-         – ¿Está todo bien? – Preguntó Silvio, preocupado.

-         – Vine con mamá. – Prosiguió Manuela, mientras levantaba la mirada en busca de la señal de disgusto ante lo que ella sabía, había sido un error.

La habitación quedó en silencio nuevamente.

Silvio e Isabel estaban separados hace más de ocho años y habían cortado toda comunicación hacía seis.
En aquel tiempo, el profundo amor de juventud de la pareja se había ido desgastando y con el primer diagnóstico de cáncer de Silvio, él se fue volviendo un auténtico gruñón.

Al principio, debido a la poca libertad que le daban los agotadores tratamientos se refugió en su casa y respondía de mala gana a cualquier intento de ayuda.

-         – ¿Querés salir a tomar un poco de aire fresco? – Le ofrecían repetidamente.

Si estaba en un buen día, solo los ignoraba. Y no, no querías encontrarlo en un mal día.

Con el tiempo se fueron sumaron secuelas físicas y sicológicas de la enfermedad que lo volvieron un auténtico ogro insoportable.
Isabel lo soportó estoicamente durante todo el proceso. Fueron unos meses duros, hasta que el doctor les dio la ansiada noticia de la remisión de la enfermedad.

Pero el diagnóstico positivo no tuvo el impacto esperado. Silvio, no volvió a ser el de antes, el gruñón se le quedó dentro.
Seguía enojado con la vida y se desquitaba con su esposa y todo aquel que quisiera ofrecerle una imagen positiva de su recuperación o futuro.
Esto fue menguando la paciencia de Isabel y terminó desembocado en la separación y el posterior alejamiento definitivo.

-         – Que pase. – Le dijo al fin Silvio a su hija.

Manuela se vio sorprendida por el tono del pedido. En lugar del rezongo o la resignación ante algo tan inesperado, lo que escuchó en la voz del viejo, a pesar de su dificultad para respirar, era emoción, alegría.

Al salir Manuela, entró Isabel, también caminando con dudas y mirando el piso, sin saber bien que esperar.

Esa tarde de otoño no tenía nada de especial, hasta que ella entró en la habitación.

Los ojos del viejo se iluminaron y su corazón volvió a retumbar en su pecho como en esa olvidada juventud.

-         – Perdón. – Logró decir Silvio, instintivamente.

-         – “Te extrañé” – Habrían dicho sus ojos si pudiesen hablar.

Ella, reaccionando automáticamente se acercó llorando a él, tomándolo de las manos y besando sus labios con la ternura de aquel primer beso de su juventud.

-         – Te amo. – Susurró luego al oído de Silvio.

Luego, dejó caer suavemente su cabeza en el pecho del viejo, logrando escuchar los vívidos latidos del renovado corazón que hasta hacía unos momentos retumbaba cansado, con dificultad y falta de ritmo.

El rostro apesadumbrado de Silvio había desaparecido casi inmediatamente y la sonrisa ya no le cabía en la cara.
Sin saberlo, Isabel trajo consigo el ingrediente mágico que Silvio necesitaba, el perdón.

Silvio inspiró profundamente como hacía tiempo no lo hacía.

La cabeza de Isabel aun apoyada, acompaño el movimiento del pecho hacia arriba y hacia abajo mientras el aire llenaba y luego abandonaba sus pulmones.

Silvio se fue, instantes después.
Se fue... feliz.

No hay comentarios.: