El ladrón de besos
Entrando a las apuradas, Marcia casi choca de frente con una clienta que iba de salida.
- -Volvió
a pasar. – Exclamó, mientras entraba.
Al detenerse
en el medio del salón, mientras recuperaba el aliento y reacomodaba su peinado,
Marcia era rodeada por todas las clientas, aquellas que esperaban turno y
alguna que, estando en pleno proceso, igualmente saltó de la silla, con las
pinzas aún en el pelo y dejando con las manos en el aire a la peluquera.
- - Volvió
a pasar. – Repitió Marcia.
- - ¿Dónde?
– Alcanzó a preguntar Julia, la peluquera más joven.
Los ojos de
todas permanecían fijos en la improvisada reportera del hecho, la que, ahora
esbozando una sonrisa incomoda, continúa con su relato.
- - Le
pasó a la sobrina de Ramiro, la que vino de Montevideo. – Prosiguió.
- - Es
bobo para elegir. – Dijo Livia, una de las clientas más viejas.
- - Fue
en la puerta del almacén de la esquina. – Continuó Marcia – hace unos 15
minutos tan solo.
El grupo de
mujeres abandona la peluquería y se dirige a las apuradas hasta el almacén para
enterarse de los detalles y ya de paso conocer a la nueva “víctima” de Paulo.
Al llegar a
la esquina, Leticia, la sobrina de Ramiro, se encontraba ya rodeada de otro
grupo de personas que intentaban tranquilizarla, mientras ella intentaba al
mismo tiempo entender que había pasado y porqué era tan importante para todos
en el pueblo.
Como todo
pueblo chico que se digne, el pueblo de Aceguá (cuya vida transcurre
tranquilamente con un pie en Uruguay y otro en Brasil) tenía varias leyendas,
de esas que entretienen las charlas de vecinos y atraen a veces a los turistas.
Una de esas
leyendas, era la del “fantasma enamorado”, aunque algunos vecinos lo llamaban
por su nombre. Decían que se trataba del fantasma de Paulo, un peón de campo
que vivía del lado brasilero, que había muerto hacia más de tres décadas, a la
joven edad de veintitrés años.
Se sabía de
él que era bastante enamoradizo. Venía al pueblo varios días a la semana por
provisiones para el dueño de la estancia donde trabajaba, era muy respetuoso y
gentil.
Su problema era que, cuando aparecía alguna muchacha nueva en el pueblo, al
poco tiempo se lo veía embobado atrás de ella, a veces tenía suerte, pero la
mayoría de las veces, no tanto.
Había
muerto en un accidente de ruta, volviendo a casa durante una fuerte tormenta.
Leticia
continuaba rodeada por un grupo cada vez más grande de vecinos.
- - ¿Qué
sentiste? ¿Pudiste ver algo? – Preguntaban ansiosos mientras se interrumpían
entre sí.
- - Primero
sentí que alguien me tocó el pelo, entonces me di vuelta y no había nadie.
- - ¿Y
qué más? – Continuaban interrogando.
- Algo
me rozó la mejilla y continuó hacia mis labios. Después vi como una sombra con
el rabillo del ojo que se alejaba rápidamente. Luego nada más.
Los vecinos
asentían con la cabeza y algunos afirmaron, casi al unísono:
- - ¡Fue
él!
El grupo
lentamente se fue separando, mientras algunas de las señoras del pueblo
tranquilizaban a Leticia y le explicaban la historia de Paulo. De como
“aparecía” dos por tres, cuando alguna muchacha nueva llegaba al pueblo.
- - Pero
no vuelve. – Le dijo una de las vecinas, intentando tranquilizarla.
- - Solo
les pasa una vez, solo a las nuevas. Después desaparece un tiempo, hasta que
viene alguna otra muchacha. – Continúa en su afán de bajar el miedo de Leticia.
Esa era más
o menos la realidad del pueblo desde hace muchos años, cada dos por tres, el
fantasma enamorado daba la “bienvenida” a las muchachas solteras que visitaban
Aceguá.
Algunas habían sentido una mano sobre la suya o escuchado un susurro
inentendible muy cerca de su oído. Al final todas relataban lo mismo, esa
presencia desaparecía rápidamente, como si se hubiese equivocado.
Para
Leticia, una persona bastante asustadiza y supersticiosa, la experiencia no
había sido muy grata, por lo que al poco tiempo decidió volver a Montevideo y
alejarse de toda posibilidad de volver a encontrarse con el fantasma.
Al llegar,
no dudó en contarle a su grupo de amigas de su sobrenatural aventura.
La noticia corrió de boca en boca entre amigas y amigas de amigas, hasta que
llegó a los oídos de Clara.
Clara estaba
estudiando periodismo y la historia de un “fantasma enamorado” no pudo llegarle
en mejor momento. Había comenzado a trabajar hacía poco en un portal de
internet, allí se encargaba de buscar y relatar historias de gente común,
relatos simples que ella se encargaba de transformar en coloridas aventuras.
Unos días
después de enterarse de la historia logró contactarse con Leticia. Esta le dio
todos los detalles que Clara necesitaba para poder ir a investigar por su
cuenta.
El viaje no
fue demasiado largo, pero para alguien con la ansiedad de Clara, pareció
eterno. Casi no pudo dormir.
Al llegar a
Aceguá, luego de acomodarse en una habitación que alquiló en el fondo de una
casa de familia, se dirigió primero al almacén que Leticia le había indicado,
allí donde tuvo su experiencia paranormal.
Allí
entrevistó a la dueña del almacén y a varios vecinos. Luego fue también a la
peluquería y a una inmobiliaria, donde hace un par de años había ocurrido un
episodio similar.
Al final
del día, Clara volvía a su habitación, con la libreta llena de anécdotas de
todo tipo, algunas graciosas y otras describiendo el encuentro con el fantasma
como un episodio traumático para su protagonista.
Alguna
vecina le había advertido.
- - Tené
cuidado. Mira que le gustan las lindas, como vos.
Pero ella
no tenía tiempo para ocuparse de miedos o andar esquivando fantasmas.
Al llegar a
su habitación se dispuso a transcribir sus notas a la computadora y preparar el
primer informe, que pensaba publicar el fin de semana, como una serie de 3 o 4
entregas.
No llegó a
progresar mucho porque arrastraba el cansancio del viaje y del trajín del día,
así que dejó sus notas en el improvisado escritorio que había hecho con una
mesa ratona apoyada sobre su valija, apagó la computadora y se dispuso a
descansar para continuar al siguiente día.
A la mañana
siguiente, la dueña de casa le golpeó la puerta para despertarla y ofrecerle un
café caliente de desayuno y unos panes caseros con manteca y azúcar como ellos
acostumbraban a comer.
Al volver a
su habitación, para prepararse para una nueva jornada, notó que su pelo se
arremolinó de repente, a pesar de la falta de viento que lo provocara.
No le prestó atención, ni lo relacionó en ese momento con el hecho que había
venido a investigar.
Al llegar a
su escritorio notó que la pantalla de la computadora estaba encendida y el
escrito que había comenzado la noche anterior tenía un título que ella no
recordaba haberle puesto.
“El fantasma enamorado” encabezaba el relato.
Releyó las
notas y la transcripción y nada más le parecía extraño. Seguramente había sido
un olvido, causado por el cansancio.
Emprendió
nuevamente el camino hacia el centro del pueblo, allí entrevistó al comisario, quien
con el correr de los años había recibido incontables denuncias que nunca tuvieron
mayor progreso, más allá de los testimonios que coincidían en algunos detalles,
no había mucho de donde agarrarse para una investigación. Y la verdad, al
comisario tampoco le agradaba mucho eso de andar al pendiente de un fantasma,
mucho menos si era inofensivo, más allá de algún susto.
Luego de la
visita a la comisaría, Clara volvía sobre sus pasos del día anterior y visitaba
la peluquería, donde luego de entrar, se detiene en seco y da la vuelta como
confundida.
- - ¿Te
pasa algo? – Preguntó Julia.
- - Pensé
que alguien me llamaba. – Contestó.
- - ¿Cómo?
- - Alguien
dijo “Clara”. – Continuó describiendo, algo preocupada.
- - Lo
sentí como si estuviese acá. – Prosiguió, señalando con el dedo la puerta que
estaba tras de ella.
Todas en la
peluquería se miraron y asintieron, era él, nuevamente.
- - ¿Sentiste
algo más? – Continuó el interrogatorio.
- - No,
nada. Solo mi nombre.
Ahí
volvieron a explicar lo que ya habían hablado con ella el día anterior,
mientras relataban historia de otras apariciones. Él aparece, da algunas
señales y luego desaparece.
Entonces
Clara, repensando unos segundos, recuerda el remolino que desacomodó su pelo,
provocado por un viento inexistente y las inexplicables palabras que
aparecieron en su computadora. Sin estar muy segura, decide contar estos
episodios y su posible relación con este último hecho.
Esto descolocó a sus espectadoras, el fantasma normalmente no vuelve a aparecer
con la misma muchacha. Tampoco había decidido presentarse de forma tan
explicita como en ese texto, ni se le había entendido nunca ninguno de los
susurros que algunas experimentaban.
El clima de
la peluquería comenzaba a cambiar, ya algunas caras mostraban una mezcla de
preocupación y asombro ante un comportamiento que no habían visto
anteriormente.
Clara, sin
embargo, luego del susto inicial, decidió continuar con su trabajo, el que más
allá de que ahora incluiría alguna referencia personal, no había modificado su
objetivo, llevar esa historia (que cada vez se ponía más interesante), a sus
lectores.
Al llegar
la tardecita, volvió a su habitación a continuar con la transcripción de sus
notas. Nada raro había vuelto a pasar, por lo que ya esta aventura había vuelto
a ser solo periodística.
A la noche
fue a cenar con sus anfitriones a la casa del frente. Unos canelones de
verdura, bañados en un delicioso tuco y mucho queso. Acompañados con una copa
de vino tinto y como postre unos panqueques con dulce de leche. Ni el mejor
restaurante del pueblo la hubiese tratado tan bien.
Al
finalizar la cena, luego de saludar a la pareja dueña de casa, volvió a su
habitación a continuar con su trabajo y luego dormir temprano para estar fresca
en su tercer y último día en Aceguá.
Una vez en
la habitación, sentada en la cama mientras escribía en su computadora, sintió
un frio que le corría por la espalda. Se levantó a cerrar la ventana.
- - ¡Clara!
– Se escuchó detrás de ella.
No pudo
evitar el susto y reaccionar con un fuerte grito de terror.
Al darse vuelta, nuevamente, la habitación vacía.
- - ¡Paulo!
– Respondió, con la esperanza de que no hubiese respuesta.
Nadie
respondió, por lo que se dirigió hacia la cama nuevamente, hasta que se paró en
seco al encontrarse con un obstáculo invisible que le impedía avanzar.
No tuvo tiempo de entender que pasaba cuando en su boca sintió el beso.
El paso
atrás fue inmediato, pero algo había cambiado… ya no era miedo lo que sentía,
más allá de la sorpresa, sintió el gusto de unos labios conocidos.
El instinto la llevó de nuevo hacia adelante, en busca de esos labios
invisibles que ahora ella buscaba besar.
Los
encontró con facilidad, como si los estuviese viendo.
No encontró resistencia, el beso fue todo lo que esperaba sin siquiera saber
que lo necesitaba.
Sus brazos abrazaron el espectral cuerpo del fantasma que ahora se sentía tan
real.
Al abrir
los ojos, Clara, vio los ojos de Paulo, que empezaban a aparecer al mismo
tiempo que el resto de su figura se iba tornando física.
Era algo más alto que ella, morocho y mantenía su apariencia joven. De pronto
le parecía el hombre más atractivo que había conocido y su compañía era lo
único que necesitaba en ese momento.
La cara del fantasma, ahora que se volvía visible, estaba adornada por una
dulce y amplia sonrisa. Sus ojos brillaban mientras observaban fijamente los
ojos de Clara.
- - ¡Te
extrañe! – Le dice Paulo.
La sorpresa
de Clara fue total, pero duró solo un segundo.
De pronto,
todos los recuerdos llegaron a ella. De como Paulo, su amado Paulo había salido
de su casa esa noche de tormenta. Recordó cuando le dieron la noticia del
accidente y como su corazón se rompió en mil pedazos.
También revivió los meses de tristeza que la llevaron a la depresión y a que
sus padres desahuciados decidieran internarla en un psiquiátrico. Y como, luego
de un tiempo, todo se apagó.
- - ¡Me
encontraste! – Atinó a pronunciar Clara.
El momento
romántico se cortó en seco cuando el dueño de casa, junto con su esposa
derribaron la puerta de la habitación. Habían venido corriendo luego de
escuchar el grito de Clara y el fuerte golpe que vino después.
Clara y Paulo
se dieron vuelta de inmediato a observar a la pareja anfitriona que interrumpía
su romántico reencuentro.
La señora
de la casa, aterrorizada, dejó escapar un fuerte grito.
Clara
seguía confundida ante la intromisión y esta reacción de la señora, la cual se
negaba a mirarla a los ojos, mantenía su aterrorizada mirada en el piso.
Cuando Clara por fin bajó la mirada al piso que estaba bajo sus propios pies,
siguiendo los ojos de la señora, pudo ver el motivo de su cara de terror.
Allí estaba
ella misma, o lo que quedaba de ella.
Clara yacía inanimada, totalmente pálida y con los labios de un fuerte color
rojo, la marca de su último beso.
1 comentario:
Uno de tus mejores cuentos.La historia,la forma de contarlo.Todo me gusto de principio a fin
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