domingo, 29 de diciembre de 2024

En pocas palabras

 


Al entrar fue directo a la barra, se sentó en el último banco y pidió una cerveza.

Montevideo soplaba ya sus fríos de invierno y fuera del pub la gente intentaba encontrar el rumbo mientras caía la noche en Ciudad Vieja. 

Ella lo había visto llegar, lo siguió con la mirada mientras él recorría el tramo entre la puerta y la barra.
Él ni siquiera la notó.

Hipnotizado por quien sabe que pensamiento, Gustavo permanecía sentado mirando el vacío a través de su cerveza.

Pasaron unos segundos hasta que volvió a la realidad y comenzó a escudriñar el pub. Fue en ese momento que se encontró con la mirada de esa mujer.

Ella le dedicó una sonrisa.
Él bajó la mirada con timidez y luego le devolvió el gesto.

Unos segundos de indecisión, una gran bocanada de aire y al fin tomó su cerveza y se dirigió hacia la mesa desde la que ella lo continuaba observando.

- ¿Esta silla está ocupada? – le preguntó.

Ella solo sonrió.
Él se presentó y luego le preguntó su nombre.

- Claudia – respondió ella sin poder quitar la sonrisa de su rostro.

Gustavo aprovechó la hipnotizante y al parecer incansable sonrisa de Claudia para comenzar una conversación.
Entre bromas sobre dientes brillantes, sonrisas de porcelana y otros chistes tontos que su cabeza dejaba escapar, la conversación fue avanzando.

- Ya descubrí tu secreto – Se atrevió a pronunciar Gustavo.
- Es el color del labial, ese rojo carmesí hace resaltar más el blanco de tus dientes. – Finalizó su teoría.

Los dientes son tema de bromas, pero los labios, todos saben que son tema serio. Gustavo también lo sabía, así que decidió cambiar el tono de su voz y mirarla directo a los labios como si de ellos esperara una respuesta que no tenía palabras.

La expresión de Claudia también cambió, su boca se cerró ocultando la sonrisa, pero en lugar de una mueca de disgusto sus pómulos se elevaron y dejaron ver una expresión de complicidad y picardía.

La señal fue recibida al otro lado de la mesa, donde Gustavo permanecía atrincherado esperando la oportunidad para atacar, y esta señal era una clara invitación a la guerra.

Mientras ella continuaba mirándolo a los ojos, él decidió tomarle la mano y en el mismo movimiento, casi sin interrupciones ni dudas, su cuerpo se abalanzó hasta alcanzar la frontera enemiga.
Se detuvo a solo un par de centímetros de su boca y retrocedió solo unos milímetros, como dudando… pero a la distancia justa para esperar el contraataque.

Ella respondió casi instintivamente, y sus labios apenas rozaron los de Gustavo, fue suficiente.

Ambos retrocedieron, volviendo a sus trincheras a esperar el siguiente movimiento del otro.

Ella decidió hablar.

- ¿A que se debe toda esta farsa? – preguntó mientras volvía a sonreír, intrigada por la última ocurrencia de Gustavo, de celebrar de esta forma su quinto aniversario.

Él, manteniendo la mirada en los ojos de Claudia al fin responde.

- Sólo quería probar esos labios, otra primera vez.

jueves, 12 de diciembre de 2024

En la mira

 


Ritmo cardíaco, 60 pulsaciones por minuto.

  - Inhalo, exhalo. – Repitió mentalmente, como un mantra de meditación.

Distancia, 932m, viento del este, noreste de 14km/h.
La mira fija, 7 grados por sobre el objetivo, para compensar la distancia.
El índice presiona lentamente el gatillo hasta que el mecanismo se libera y el percutor inicia la detonación.

La bala viaja a cerca de 860 metros por segundo, en apenas un parpadeo, llega a su objetivo.

El General Lima cae de rodillas, luego continúa su caída hacia adelante y su torso golpea el piso, seguido por su cabeza sangrante.

La sonrisa de otro trabajo terminado con éxito se dibuja en el rostro de Luca.

Era el mejor francotirador qué el dinero podía pagar. Y su conocimiento de la zona amazónica era un plus, que él se encargaba de hacer valer.

¿Qué había hecho el General Lima para merecer esta suerte?, Luca no lo sabía, nunca preguntaba. Pero seguramente su presencia en ese campamento en plena selva, acompañado por un contingente de apenas 5 soldados, y con un par de grandes valijas qué no parecían contener material militar, le bastaba para entender que su última víctima no era trigo limpio.

El resto de los soldados no eran parte de la misión, así que ya no tenía nada que hacer en esa selva. Desarmó su rifle con tranquilidad, seguro de que la distancia y su camuflaje le daba gran ventaja en la huida. Igualmente cargó su ametralladora (por si encontraba resistencia) y partió rumbo al punto de extracción junto al río Putumayo.

Allí su contratante le iba a esperar con una lancha para llevarlo a la ciudad más cercana del lado brasileño.

Al volver a casa, verifica su cuenta de Bitcoins y encuentra que el pago acordado fue correctamente acreditado. No más preocupaciones por el momento, solo descansar y esperar alguna otra asignación que requiera de sus habilidades.

Luca era un hombre de vida tranquila. Tenía su casa cerca de una ruta secundaria en la provincia de La Pampa, en Argentina, lo que le permitía estar aislado de las ciudades y los vecinos curiosos.

Además, la soledad de los parajes de La Pampa le daban un campo de entrenamiento y tiro que sabía aprovechar.

Los trabajos llegaban por correo electrónico, desde una cuenta en un servicio dentro de la Deep web. Eran enviados por un contacto que nunca quiso identificarse, algo que él agradecía.
Su contratante nunca había fallado en un pago, además de que parecía tener muy buenos contactos en todos los lugares donde enviaba a Luca. Él sospechaba que podía ser un agente de la CIA norteamericana, o alguna organización similar.

Pasó aproximadamente un mes y medio hasta que volvió a tener noticias.
Esa noche, al verificar como todas las noches su cuenta de correo vio que una nueva asignación le había llegado.

La nueva víctima era esta vez, un científico de origen estadounidense.
Ben Morris, genetista con amplia experiencia en trabajo con mutaciones y experimentos reñidos con la ética. Según el informe, se encontraba en un laboratorio en medio de la región de Darién, en pleno Panamá, una zona inaccesible y peligrosa, nada nuevo para Luca que ya había trabajado allí.

Luego de una corta planificación y preparación del viaje, parte hacia su nuevo destino al día siguiente.

Dos días después, luego de viajar por carretera, avioneta y algunos tramos en camioneta 4x4 atravesando caminos agrestes, al fin llegó a la ciudad de Metetí, en plena región de Darién. Ese sería su último contacto con la civilización antes de adentrarse en la jungla para realizar su trabajo.

A la noche, en la habitación de un pequeño hotel, en pleno centro de la ciudad, repasó los detalles de su misión.
El acceso iba a ser complejo ya que la densa jungla alberga variados peligros.
Además la zona era también la ruta de acceso de miles de migrantes que emprenden su intento por atravesar Centroamérica para llegar a los Estados Unidos. Podría encontrarse en el camino con algún contingente de personas o una patrulla de las que busca detenerlos y deportarlos nuevamente a su país de origen.

A la mañana parte al fin, solo con su mochila, sin más armas que una pistola 9mm oculta en su cintura y un cuchillo en su pantorrilla.
Logró conseguir que una camioneta que salía del pueblo lo llevara. No fue poca la incredulidad del chofer al tener que acceder al pedido de Luca de que lo dejara en medio de una ruta, solo y sin más equipaje que esa liviana mochila, al borde de la selva.

Luca observó como la camioneta se alejaba y emprendió su viaje a las entrañas de la jungla. Allí, a unos cuantos cientos de metros, recogió el bolso con las armas para el trabajo que su contratante le había dejado.
Además del rifle, un par de ametralladoras, granadas y municiones suficientes para armar una pequeña revolución. Verifica que todas las armas estén en condiciones y emprende el camino a su objetivo.

El laboratorio estaba en medio de una frondosa vegetación, invisible desde lejos debido a la altura de los árboles, era imposible llegar hasta allí si no se sabía por dónde ir.
Al observar desde lejos, vio que el mismo era custodiado por demasiados soldados como para ser una edificación civil.

Todos los guardias (que cubrían sus rostros con pasamontañas y estaban fuertemente armados) mantenían una rutina de vigilancia perfectamente sincronizada. No había rincón de las instalaciones que no estuviese cubierto, ni posibilidad de infiltrarse sin ser detectado.

Las siguientes horas las dedicó a lo único que podía hacer, observar y buscar una debilidad en esa infranqueable fortaleza.

Fue en la noche cuando, observando con sus binoculares, logró ver una de las ventanas del nivel inferior, en donde al parecer se encontraba un comedor o salón común, en donde algunos soldados iban a descansar (no sin antes ser sustituidos en su puesto por otro soldado que seguía la misma sincronizada rutina).

En ese comedor, logró ver al fin el rostro de uno de los guardias, que en la distancia y a través del vidrio se le presentaba familiar. Decidió acercarse unos cuantos metros más, siempre caminando oculto y camuflado. El trayecto de aproximadamente 80 metros le llevó más de 5 minutos.

Desde su nueva posición intentó nuevamente revisar la ventana del salón de descanso. Veía las cabezas de unos soldados, pero no lograba ver ningún rostro. Hasta que uno de ellos se levantó y miró hacia la ventana, sin saber que era atentamente observado por Luca.

La sorpresa fue extrema, el guardia se parecía sorprendentemente a él, la misma barbilla hendida, la frente estrecha, los ojos negros y la nariz chata. La única diferencia era la juventud del guardia, parecía tener entre 25 y 28 años, que contrastaba con los 52 años de Luca.

La sorpresa fue aún más grande cuando otro guardia entró al comedor. Nuevamente el mismo rostro, aunque este más entrado en años, con el cabello ya canoso, parecido al suyo.

Al cabo de 20 minutos que permaneció en aquella posición, escudriñando con sus binoculares todo lo que pasaba en la habitación, contó por lo menos 5 personas distintas, las cuales compartían rostros y rasgos físicos. Todos con la misma altura y complexión.
Las únicas diferencias notorias eran relacionadas a las características de la edad, algunos parecían jóvenes de menos de 30 años, otros ya habían alcanzado la madurez.

Fue ahí que observó el resto de los guardias nuevamente, aquellos que continuaban sus recorridos sincronizados alrededor del laboratorio, escondidos tras sus pasamontañas.

Todos compartían las mismas características de altura y complexión física, seguramente también, detrás de sus negras máscaras, compartirían rostro con Luca.

Volviendo en su cabeza a repasar su misión, recordando que el doctor Morris era un destacado genetista que repetidas veces había transgredido las reglas éticas de la profesión, imaginó que, de alguna manera, estaba involucrado en algún plan de clonación humana.
Pero igualmente esa explicación le resultaba insuficiente, ya que no lograba despejar la duda mayor, ¿por qué, todos aquellos soldados, se parecían a él?

No tenía forma de comunicarse con nadie, ya que una de sus reglas es que no llevaba ni teléfonos, ni ningún dispositivo electrónico que pudiera alertar de su presencia.

La única alternativa para despejar sus dudas era infiltrarse en el complejo e investigar por su propia cuenta.

La misión de asesinar al científico había quedado en segundo lugar, estaba rompiendo su regla más valiosa, no involucrarse.

El método para la infiltración estaba servido en bandeja, todos los guardias eran él, así que él, podía ser cualquier guardia, solo debía conseguir un uniforme y una de esas armas que cargaban.
Y en bandeja también le llegó su pasaje de entrada. Por uno de los pocos caminos que daban acceso al complejo, venía uno de los guardias, encapuchado, conduciendo una camioneta que parecía llevar una carga importante.

El disparo, apenas perceptible debido a la acción del silenciador, fue certero, directo a la sien del soldado. La camioneta se detuvo luego de impactar contra unos arbustos en la misma curva donde Luca esperaba.
El vehículo quedó con algunas marcas del impacto, pero nada que le impidiera volver al camino e ingresar sin levantar demasiadas sospechas.

Una vez que se vistió con el uniforme del soldado recién asesinado, el que tuvo que ensuciar con algo de tierra para ocultar las manchas de sangre, secuelas del disparo, Luca dirigió nuevamente la camioneta hacia el complejo.

Al llegar al portal de ingreso, le pidieron su nombre y un código de acceso. Por suerte para él, el soldado había dejado debajo de la planilla donde estaba el detalle del embarque que había ido a buscar, la clave de ingreso escrita en un papel. Su nombre lo obtuvo de la identificación que tenía en su bolsillo.

La entrada no fue complicada, y se dirigió con la camioneta al único lugar que parecía estar esperando una carga.
Luego de estacionar, entregar la planilla y delegar la descarga de las cajas, se dirigió hacia el interior del complejo caminando con seguridad, para no delatar su condición de intruso.

Dentro, debió quitarse el pasamontaña al igual que todos los clones que deambulaban por el complejo. Era una medida de seguridad casi perfecta, cualquier persona que caminara por estos pasillos y que no fuese idéntico, se vería sospechoso, excepto que, en este caso, el Luca original era invisible al ojo de cualquier interno.

La única persona diferente que se cruzó fue el doctor Morris, el cual, vestido con camisa blanca parcialmente desabotonada y pantalones de jean, se dirigía escalera abajo con apuro.

Luca decide seguirlo, caminando tranquilamente detrás de él, pero con cuidando que nadie sospeche de sus intenciones.

Al entrar al laboratorio, detrás del doctor Morris, este se dio vuelta e increpó al guardia.

  - Ustedes no pueden entrar aquí, ya lo saben. – Dijo enojado.

El enojo se disipó cuando notó que las marcas de la edad de este guardia no coincidían con las que acostumbraba a ver. Después de todo, el vio nacer y crecer a la mayoría, además de convivir con ellos hacía varios años.

La cara de miedo del doctor alertó a Luca, que desenfundando su arma le indicó que no hiciera ningún ruido y continuara hacia dentro del laboratorio.

  - Quiero saber que está pasando, muéstreme que es lo que está haciendo. – Le ordenó al doctor.

Morris, apuntando hacia un archivero que quedaba en la pared más lejana, le dice que toda la información estaba allí.
Luca movió la cabeza en dirección de la pared, pero acostumbrado a lidiar con rehenes, detectó rápidamente que el doctor quiso escapar, corriendo hacia la puerta a toda velocidad. Sin parpadear, Luca apretó el gatillo de forma casi instintiva y la bala entró en la nuca de Morris, que cayó al piso y quedó totalmente inmóvil.
Su misión había sido cumplida, pero su curiosidad le nublaba el juicio, por lo que, sin siquiera pensar en el escape, se dispone a investigar el origen de esta locura.

Uno de los archivos que encontró, de los más viejos, informaba de los experimentos de clonación. Habían comenzado en el año 1991 en un laboratorio que se encontraba en una base aérea estadounidense en Honduras.
Luca ató cabos, él, en su juventud, había sido prisionero en esa base hasta octubre de 1991, cuando logró escapar.

Recordó que mientras fue rehén, varias veces lo sometieron a exámenes médicos completos donde le extrajeron sangre. Seguramente allí habían tomado las muestras para desarrollar este ejército de clones.

Más adelante, el archivo comentaba las características de los clones y que todos tenían un dispositivo de seguridad, un pequeño explosivo adherido a un receptor satelital que fue alojado en la base del cerebro de cada duplicado. El mismo sería usado en caso de emergencia, para eliminar a cualquiera que se desviara de las órdenes del comando central.

Esto le interesó especialmente, tal vez podría acabar con esta pesadilla él mismo, eliminando a sus clones sin siquiera tener que combatir con ellos.

Al seguir buscando encuentra un capítulo específico del mecanismo de eliminación, y con esa información busca entre las computadoras hasta encontrar como acceder al control maestro que le permitía ubicar a todos los clones en el mundo, incluyendo a los que custodiaban el laboratorio en que se encontraba.

En el mapa se veían múltiples manchas en el mundo. Al acercarse a la zona donde él se encontraba, la mancha se separaba en cientos de puntitos azules que poblaban el terreno del complejo.
La interfaz le permitía seleccionar a cualquiera de los guardias para obtener información de la posición, nombre, edad y características, además de tener la opción de eliminarlo
La idea de investigar uno a uno se alejó rápidamente, no podía perder más tiempo dentro de un ambiente hostil que en cualquier momento se volvería en contra de él.
Al ver la opción de “seleccionar todos”, no dudó en utilizarla para que no hubiese sorpresas.
Esta acción convirtió el mapa en una gran mancha de puntos rojos prontos para ser detonados.

No dudó ni un segundo, presionó el botón eliminar y eso desencadenó el caos.
Desde la puerta abierta del laboratorio se escuchaban las explosiones, uno a uno, los guardias iban cayendo.
La sonrisa del trabajo exitoso no llegó a terminar de dibujarse en su rostro cuando se escuchó la explosión más cercana de lo que esperaba.

Luca cayó al piso, todos los clones fueron eliminados, incluyendo el primero.

viernes, 6 de diciembre de 2024

El ladrón de besos


Entrando a las apuradas, Marcia casi choca de frente con una clienta que iba de salida.

-          -Volvió a pasar. – Exclamó, mientras entraba.

Al detenerse en el medio del salón, mientras recuperaba el aliento y reacomodaba su peinado, Marcia era rodeada por todas las clientas, aquellas que esperaban turno y alguna que, estando en pleno proceso, igualmente saltó de la silla, con las pinzas aún en el pelo y dejando con las manos en el aire a la peluquera.

-          - Volvió a pasar. – Repitió Marcia.

-          - ¿Dónde? – Alcanzó a preguntar Julia, la peluquera más joven.

Los ojos de todas permanecían fijos en la improvisada reportera del hecho, la que, ahora esbozando una sonrisa incomoda, continúa con su relato.

-          - Le pasó a la sobrina de Ramiro, la que vino de Montevideo. – Prosiguió.

-          - Es bobo para elegir. – Dijo Livia, una de las clientas más viejas.

-          - Fue en la puerta del almacén de la esquina. – Continuó Marcia – hace unos 15 minutos tan solo.

El grupo de mujeres abandona la peluquería y se dirige a las apuradas hasta el almacén para enterarse de los detalles y ya de paso conocer a la nueva “víctima” de Paulo.

Al llegar a la esquina, Leticia, la sobrina de Ramiro, se encontraba ya rodeada de otro grupo de personas que intentaban tranquilizarla, mientras ella intentaba al mismo tiempo entender que había pasado y porqué era tan importante para todos en el pueblo.

Como todo pueblo chico que se digne, el pueblo de Aceguá (cuya vida transcurre tranquilamente con un pie en Uruguay y otro en Brasil) tenía varias leyendas, de esas que entretienen las charlas de vecinos y atraen a veces a los turistas.

Una de esas leyendas, era la del “fantasma enamorado”, aunque algunos vecinos lo llamaban por su nombre. Decían que se trataba del fantasma de Paulo, un peón de campo que vivía del lado brasilero, que había muerto hacia más de tres décadas, a la joven edad de veintitrés años.

Se sabía de él que era bastante enamoradizo. Venía al pueblo varios días a la semana por provisiones para el dueño de la estancia donde trabajaba, era muy respetuoso y gentil.
Su problema era que, cuando aparecía alguna muchacha nueva en el pueblo, al poco tiempo se lo veía embobado atrás de ella, a veces tenía suerte, pero la mayoría de las veces, no tanto.

Había muerto en un accidente de ruta, volviendo a casa durante una fuerte tormenta.

Leticia continuaba rodeada por un grupo cada vez más grande de vecinos.

-          - ¿Qué sentiste? ¿Pudiste ver algo? – Preguntaban ansiosos mientras se interrumpían entre sí.

-          - Primero sentí que alguien me tocó el pelo, entonces me di vuelta y no había nadie.

-          - ¿Y qué más? – Continuaban interrogando.

-        Algo me rozó la mejilla y continuó hacia mis labios. Después vi como una sombra con el rabillo del ojo que se alejaba rápidamente. Luego nada más.

Los vecinos asentían con la cabeza y algunos afirmaron, casi al unísono:

-          - ¡Fue él!

El grupo lentamente se fue separando, mientras algunas de las señoras del pueblo tranquilizaban a Leticia y le explicaban la historia de Paulo. De como “aparecía” dos por tres, cuando alguna muchacha nueva llegaba al pueblo.

-          - Pero no vuelve. – Le dijo una de las vecinas, intentando tranquilizarla.

-          - Solo les pasa una vez, solo a las nuevas. Después desaparece un tiempo, hasta que viene alguna otra muchacha. – Continúa en su afán de bajar el miedo de Leticia.

Esa era más o menos la realidad del pueblo desde hace muchos años, cada dos por tres, el fantasma enamorado daba la “bienvenida” a las muchachas solteras que visitaban Aceguá.
Algunas habían sentido una mano sobre la suya o escuchado un susurro inentendible muy cerca de su oído. Al final todas relataban lo mismo, esa presencia desaparecía rápidamente, como si se hubiese equivocado.

Para Leticia, una persona bastante asustadiza y supersticiosa, la experiencia no había sido muy grata, por lo que al poco tiempo decidió volver a Montevideo y alejarse de toda posibilidad de volver a encontrarse con el fantasma.

Al llegar, no dudó en contarle a su grupo de amigas de su sobrenatural aventura.
La noticia corrió de boca en boca entre amigas y amigas de amigas, hasta que llegó a los oídos de Clara.

Clara estaba estudiando periodismo y la historia de un “fantasma enamorado” no pudo llegarle en mejor momento. Había comenzado a trabajar hacía poco en un portal de internet, allí se encargaba de buscar y relatar historias de gente común, relatos simples que ella se encargaba de transformar en coloridas aventuras.

Unos días después de enterarse de la historia logró contactarse con Leticia. Esta le dio todos los detalles que Clara necesitaba para poder ir a investigar por su cuenta.

El viaje no fue demasiado largo, pero para alguien con la ansiedad de Clara, pareció eterno. Casi no pudo dormir.

Al llegar a Aceguá, luego de acomodarse en una habitación que alquiló en el fondo de una casa de familia, se dirigió primero al almacén que Leticia le había indicado, allí donde tuvo su experiencia paranormal.

Allí entrevistó a la dueña del almacén y a varios vecinos. Luego fue también a la peluquería y a una inmobiliaria, donde hace un par de años había ocurrido un episodio similar.

Al final del día, Clara volvía a su habitación, con la libreta llena de anécdotas de todo tipo, algunas graciosas y otras describiendo el encuentro con el fantasma como un episodio traumático para su protagonista.

Alguna vecina le había advertido.

-          - Tené cuidado. Mira que le gustan las lindas, como vos.

Pero ella no tenía tiempo para ocuparse de miedos o andar esquivando fantasmas.

Al llegar a su habitación se dispuso a transcribir sus notas a la computadora y preparar el primer informe, que pensaba publicar el fin de semana, como una serie de 3 o 4 entregas.

No llegó a progresar mucho porque arrastraba el cansancio del viaje y del trajín del día, así que dejó sus notas en el improvisado escritorio que había hecho con una mesa ratona apoyada sobre su valija, apagó la computadora y se dispuso a descansar para continuar al siguiente día.

A la mañana siguiente, la dueña de casa le golpeó la puerta para despertarla y ofrecerle un café caliente de desayuno y unos panes caseros con manteca y azúcar como ellos acostumbraban a comer.

Al volver a su habitación, para prepararse para una nueva jornada, notó que su pelo se arremolinó de repente, a pesar de la falta de viento que lo provocara.
No le prestó atención, ni lo relacionó en ese momento con el hecho que había venido a investigar.

Al llegar a su escritorio notó que la pantalla de la computadora estaba encendida y el escrito que había comenzado la noche anterior tenía un título que ella no recordaba haberle puesto.
“El fantasma enamorado” encabezaba el relato.

Releyó las notas y la transcripción y nada más le parecía extraño. Seguramente había sido un olvido, causado por el cansancio.

Emprendió nuevamente el camino hacia el centro del pueblo, allí entrevistó al comisario, quien con el correr de los años había recibido incontables denuncias que nunca tuvieron mayor progreso, más allá de los testimonios que coincidían en algunos detalles, no había mucho de donde agarrarse para una investigación. Y la verdad, al comisario tampoco le agradaba mucho eso de andar al pendiente de un fantasma, mucho menos si era inofensivo, más allá de algún susto.

Luego de la visita a la comisaría, Clara volvía sobre sus pasos del día anterior y visitaba la peluquería, donde luego de entrar, se detiene en seco y da la vuelta como confundida.

-          - ¿Te pasa algo? – Preguntó Julia.

-         -  Pensé que alguien me llamaba. – Contestó.

-         -  ¿Cómo?

-          - Alguien dijo “Clara”. – Continuó describiendo, algo preocupada.

-          - Lo sentí como si estuviese acá. – Prosiguió, señalando con el dedo la puerta que estaba tras de ella.

Todas en la peluquería se miraron y asintieron, era él, nuevamente.

-         -  ¿Sentiste algo más? – Continuó el interrogatorio.

-          - No, nada. Solo mi nombre.

Ahí volvieron a explicar lo que ya habían hablado con ella el día anterior, mientras relataban historia de otras apariciones. Él aparece, da algunas señales y luego desaparece.

Entonces Clara, repensando unos segundos, recuerda el remolino que desacomodó su pelo, provocado por un viento inexistente y las inexplicables palabras que aparecieron en su computadora. Sin estar muy segura, decide contar estos episodios y su posible relación con este último hecho.
Esto descolocó a sus espectadoras, el fantasma normalmente no vuelve a aparecer con la misma muchacha. Tampoco había decidido presentarse de forma tan explicita como en ese texto, ni se le había entendido nunca ninguno de los susurros que algunas experimentaban.

El clima de la peluquería comenzaba a cambiar, ya algunas caras mostraban una mezcla de preocupación y asombro ante un comportamiento que no habían visto anteriormente.

Clara, sin embargo, luego del susto inicial, decidió continuar con su trabajo, el que más allá de que ahora incluiría alguna referencia personal, no había modificado su objetivo, llevar esa historia (que cada vez se ponía más interesante), a sus lectores.

Al llegar la tardecita, volvió a su habitación a continuar con la transcripción de sus notas. Nada raro había vuelto a pasar, por lo que ya esta aventura había vuelto a ser solo periodística.

A la noche fue a cenar con sus anfitriones a la casa del frente. Unos canelones de verdura, bañados en un delicioso tuco y mucho queso. Acompañados con una copa de vino tinto y como postre unos panqueques con dulce de leche. Ni el mejor restaurante del pueblo la hubiese tratado tan bien.

Al finalizar la cena, luego de saludar a la pareja dueña de casa, volvió a su habitación a continuar con su trabajo y luego dormir temprano para estar fresca en su tercer y último día en Aceguá.

Una vez en la habitación, sentada en la cama mientras escribía en su computadora, sintió un frio que le corría por la espalda. Se levantó a cerrar la ventana.

-          - ¡Clara! – Se escuchó detrás de ella.

No pudo evitar el susto y reaccionar con un fuerte grito de terror.
Al darse vuelta, nuevamente, la habitación vacía.

-          - ¡Paulo! – Respondió, con la esperanza de que no hubiese respuesta.

Nadie respondió, por lo que se dirigió hacia la cama nuevamente, hasta que se paró en seco al encontrarse con un obstáculo invisible que le impedía avanzar.
No tuvo tiempo de entender que pasaba cuando en su boca sintió el beso.

El paso atrás fue inmediato, pero algo había cambiado… ya no era miedo lo que sentía, más allá de la sorpresa, sintió el gusto de unos labios conocidos.
El instinto la llevó de nuevo hacia adelante, en busca de esos labios invisibles que ahora ella buscaba besar.

Los encontró con facilidad, como si los estuviese viendo.
No encontró resistencia, el beso fue todo lo que esperaba sin siquiera saber que lo necesitaba.
Sus brazos abrazaron el espectral cuerpo del fantasma que ahora se sentía tan real.

Al abrir los ojos, Clara, vio los ojos de Paulo, que empezaban a aparecer al mismo tiempo que el resto de su figura se iba tornando física.
Era algo más alto que ella, morocho y mantenía su apariencia joven. De pronto le parecía el hombre más atractivo que había conocido y su compañía era lo único que necesitaba en ese momento.
La cara del fantasma, ahora que se volvía visible, estaba adornada por una dulce y amplia sonrisa. Sus ojos brillaban mientras observaban fijamente los ojos de Clara.

-          - ¡Te extrañe! – Le dice Paulo.

La sorpresa de Clara fue total, pero duró solo un segundo.

De pronto, todos los recuerdos llegaron a ella. De como Paulo, su amado Paulo había salido de su casa esa noche de tormenta. Recordó cuando le dieron la noticia del accidente y como su corazón se rompió en mil pedazos.
También revivió los meses de tristeza que la llevaron a la depresión y a que sus padres desahuciados decidieran internarla en un psiquiátrico. Y como, luego de un tiempo, todo se apagó.

-          - ¡Me encontraste! – Atinó a pronunciar Clara.

El momento romántico se cortó en seco cuando el dueño de casa, junto con su esposa derribaron la puerta de la habitación. Habían venido corriendo luego de escuchar el grito de Clara y el fuerte golpe que vino después.

Clara y Paulo se dieron vuelta de inmediato a observar a la pareja anfitriona que interrumpía su romántico reencuentro.

La señora de la casa, aterrorizada, dejó escapar un fuerte grito.

Clara seguía confundida ante la intromisión y esta reacción de la señora, la cual se negaba a mirarla a los ojos, mantenía su aterrorizada mirada en el piso.
Cuando Clara por fin bajó la mirada al piso que estaba bajo sus propios pies, siguiendo los ojos de la señora, pudo ver el motivo de su cara de terror.

Allí estaba ella misma, o lo que quedaba de ella.
Clara yacía inanimada, totalmente pálida y con los labios de un fuerte color rojo, la marca de su último beso.