Ritmo
cardíaco, 60 pulsaciones por minuto.
- Inhalo,
exhalo. – Repitió mentalmente, como un mantra de meditación.
Distancia, 932m,
viento del este, noreste de 14km/h.
La mira fija, 7 grados por sobre el objetivo, para compensar la distancia.
El índice presiona lentamente el gatillo hasta que el mecanismo se libera y el
percutor inicia la detonación.
La bala
viaja a cerca de 860 metros por segundo, en apenas un parpadeo, llega a su
objetivo.
El General
Lima cae de rodillas, luego continúa su caída hacia adelante y su torso golpea
el piso, seguido por su cabeza sangrante.
La sonrisa
de otro trabajo terminado con éxito se dibuja en el rostro de Luca.
Era el
mejor francotirador qué el dinero podía pagar. Y su conocimiento de la zona
amazónica era un plus, que él se encargaba de hacer valer.
¿Qué había
hecho el General Lima para merecer esta suerte?, Luca no lo sabía, nunca
preguntaba. Pero seguramente su presencia en ese campamento en plena selva,
acompañado por un contingente de apenas 5 soldados, y con un par de grandes
valijas qué no parecían contener material militar, le bastaba para entender que
su última víctima no era trigo limpio.
El resto de
los soldados no eran parte de la misión, así que ya no tenía nada que hacer en
esa selva. Desarmó su rifle con tranquilidad, seguro de que la distancia y su
camuflaje le daba gran ventaja en la huida. Igualmente cargó su ametralladora
(por si encontraba resistencia) y partió rumbo al punto de extracción junto al
río Putumayo.
Allí su
contratante le iba a esperar con una lancha para llevarlo a la ciudad más
cercana del lado brasileño.
Al volver a
casa, verifica su cuenta de Bitcoins y encuentra que el pago acordado fue
correctamente acreditado. No más preocupaciones por el momento, solo descansar y
esperar alguna otra asignación que requiera de sus habilidades.
Luca era un
hombre de vida tranquila. Tenía su casa cerca de una ruta secundaria en la provincia
de La Pampa, en Argentina, lo que le permitía estar aislado de las ciudades y
los vecinos curiosos.
Además, la
soledad de los parajes de La Pampa le daban un campo de entrenamiento y tiro
que sabía aprovechar.
Los
trabajos llegaban por correo electrónico, desde una cuenta en un servicio
dentro de la Deep web. Eran enviados por un contacto que nunca quiso
identificarse, algo que él agradecía.
Su contratante nunca había fallado en un pago, además de que parecía tener muy
buenos contactos en todos los lugares donde enviaba a Luca. Él sospechaba que
podía ser un agente de la CIA norteamericana, o alguna organización similar.
Pasó
aproximadamente un mes y medio hasta que volvió a tener noticias.
Esa noche, al verificar como todas las noches su cuenta de correo vio que una
nueva asignación le había llegado.
La nueva víctima
era esta vez, un científico de origen estadounidense.
Ben Morris, genetista con amplia experiencia en trabajo con mutaciones y
experimentos reñidos con la ética. Según el informe, se encontraba en un
laboratorio en medio de la región de Darién, en pleno Panamá, una zona
inaccesible y peligrosa, nada nuevo para Luca que ya había trabajado allí.
Luego de
una corta planificación y preparación del viaje, parte hacia su nuevo destino
al día siguiente.
Dos días
después, luego de viajar por carretera, avioneta y algunos tramos en camioneta
4x4 atravesando caminos agrestes, al fin llegó a la ciudad de Metetí, en plena
región de Darién. Ese sería su último contacto con la civilización antes de
adentrarse en la jungla para realizar su trabajo.
A la noche,
en la habitación de un pequeño hotel, en pleno centro de la ciudad, repasó los
detalles de su misión.
El acceso iba a ser complejo ya que la densa jungla alberga variados peligros.
Además la zona era también la ruta de acceso de miles de migrantes que
emprenden su intento por atravesar Centroamérica para llegar a los Estados Unidos.
Podría encontrarse en el camino con algún contingente de personas o una
patrulla de las que busca detenerlos y deportarlos nuevamente a su país de
origen.
A la mañana
parte al fin, solo con su mochila, sin más armas que una pistola 9mm oculta en
su cintura y un cuchillo en su pantorrilla.
Logró conseguir que una camioneta que salía del pueblo lo llevara. No fue poca
la incredulidad del chofer al tener que acceder al pedido de Luca de que lo
dejara en medio de una ruta, solo y sin más equipaje que esa liviana mochila,
al borde de la selva.
Luca observó
como la camioneta se alejaba y emprendió su viaje a las entrañas de la jungla.
Allí, a unos cuantos cientos de metros, recogió el bolso con las armas para el
trabajo que su contratante le había dejado.
Además del rifle, un par de ametralladoras, granadas y municiones suficientes
para armar una pequeña revolución. Verifica que todas las armas estén en
condiciones y emprende el camino a su objetivo.
El laboratorio
estaba en medio de una frondosa vegetación, invisible desde lejos debido a la
altura de los árboles, era imposible llegar hasta allí si no se sabía por dónde
ir.
Al observar desde lejos, vio que el mismo era custodiado por demasiados soldados
como para ser una edificación civil.
Todos los
guardias (que cubrían sus rostros con pasamontañas y estaban fuertemente
armados) mantenían una rutina de vigilancia perfectamente sincronizada. No
había rincón de las instalaciones que no estuviese cubierto, ni posibilidad de
infiltrarse sin ser detectado.
Las
siguientes horas las dedicó a lo único que podía hacer, observar y buscar una
debilidad en esa infranqueable fortaleza.
Fue en la
noche cuando, observando con sus binoculares, logró ver una de las ventanas del
nivel inferior, en donde al parecer se encontraba un comedor o salón común, en
donde algunos soldados iban a descansar (no sin antes ser sustituidos en su
puesto por otro soldado que seguía la misma sincronizada rutina).
En ese
comedor, logró ver al fin el rostro de uno de los guardias, que en la distancia
y a través del vidrio se le presentaba familiar. Decidió acercarse unos cuantos
metros más, siempre caminando oculto y camuflado. El trayecto de
aproximadamente 80 metros le llevó más de 5 minutos.
Desde su
nueva posición intentó nuevamente revisar la ventana del salón de descanso.
Veía las cabezas de unos soldados, pero no lograba ver ningún rostro. Hasta que
uno de ellos se levantó y miró hacia la ventana, sin saber que era atentamente
observado por Luca.
La sorpresa
fue extrema, el guardia se parecía sorprendentemente a él, la misma barbilla
hendida, la frente estrecha, los ojos negros y la nariz chata. La única diferencia
era la juventud del guardia, parecía tener entre 25 y 28 años, que contrastaba
con los 52 años de Luca.
La sorpresa
fue aún más grande cuando otro guardia entró al comedor. Nuevamente el mismo
rostro, aunque este más entrado en años, con el cabello ya canoso, parecido al suyo.
Al cabo de
20 minutos que permaneció en aquella posición, escudriñando con sus binoculares
todo lo que pasaba en la habitación, contó por lo menos 5 personas distintas, las
cuales compartían rostros y rasgos físicos. Todos con la misma altura y
complexión.
Las únicas diferencias notorias eran relacionadas a las características de la
edad, algunos parecían jóvenes de menos de 30 años, otros ya habían alcanzado
la madurez.
Fue ahí que
observó el resto de los guardias nuevamente, aquellos que continuaban sus
recorridos sincronizados alrededor del laboratorio, escondidos tras sus
pasamontañas.
Todos compartían
las mismas características de altura y complexión física, seguramente también,
detrás de sus negras máscaras, compartirían rostro con Luca.
Volviendo
en su cabeza a repasar su misión, recordando que el doctor Morris era un destacado
genetista que repetidas veces había transgredido las reglas éticas de la
profesión, imaginó que, de alguna manera, estaba involucrado en algún plan de
clonación humana.
Pero igualmente esa explicación le resultaba insuficiente, ya que no lograba despejar
la duda mayor, ¿por qué, todos aquellos soldados, se parecían a él?
No tenía
forma de comunicarse con nadie, ya que una de sus reglas es que no llevaba ni
teléfonos, ni ningún dispositivo electrónico que pudiera alertar de su
presencia.
La única
alternativa para despejar sus dudas era infiltrarse en el complejo e investigar
por su propia cuenta.
La misión de
asesinar al científico había quedado en segundo lugar, estaba rompiendo su
regla más valiosa, no involucrarse.
El método para
la infiltración estaba servido en bandeja, todos los guardias eran él, así que él,
podía ser cualquier guardia, solo debía conseguir un uniforme y una de esas
armas que cargaban.
Y en bandeja también le llegó su pasaje de entrada. Por uno de los pocos caminos
que daban acceso al complejo, venía uno de los guardias, encapuchado, conduciendo
una camioneta que parecía llevar una carga importante.
El disparo,
apenas perceptible debido a la acción del silenciador, fue certero, directo a
la sien del soldado. La camioneta se detuvo luego de impactar contra unos
arbustos en la misma curva donde Luca esperaba.
El vehículo quedó con algunas marcas del impacto, pero nada que le impidiera
volver al camino e ingresar sin levantar demasiadas sospechas.
Una vez que
se vistió con el uniforme del soldado recién asesinado, el que tuvo que
ensuciar con algo de tierra para ocultar las manchas de sangre, secuelas del
disparo, Luca dirigió nuevamente la camioneta hacia el complejo.
Al llegar
al portal de ingreso, le pidieron su nombre y un código de acceso. Por suerte
para él, el soldado había dejado debajo de la planilla donde estaba el detalle
del embarque que había ido a buscar, la clave de ingreso escrita en un papel.
Su nombre lo obtuvo de la identificación que tenía en su bolsillo.
La entrada
no fue complicada, y se dirigió con la camioneta al único lugar que parecía
estar esperando una carga.
Luego de estacionar, entregar la planilla y delegar la descarga de las cajas,
se dirigió hacia el interior del complejo caminando con seguridad, para no
delatar su condición de intruso.
Dentro,
debió quitarse el pasamontaña al igual que todos los clones que deambulaban por
el complejo. Era una medida de seguridad casi perfecta, cualquier persona que
caminara por estos pasillos y que no fuese idéntico, se vería sospechoso,
excepto que, en este caso, el Luca original era invisible al ojo de cualquier
interno.
La única persona
diferente que se cruzó fue el doctor Morris, el cual, vestido con camisa blanca
parcialmente desabotonada y pantalones de jean, se dirigía escalera abajo con
apuro.
Luca decide
seguirlo, caminando tranquilamente detrás de él, pero con cuidando que nadie
sospeche de sus intenciones.
Al entrar
al laboratorio, detrás del doctor Morris, este se dio vuelta e increpó al
guardia.
- Ustedes
no pueden entrar aquí, ya lo saben. – Dijo enojado.
El enojo se
disipó cuando notó que las marcas de la edad de este guardia no coincidían con
las que acostumbraba a ver. Después de todo, el vio nacer y crecer a la mayoría,
además de convivir con ellos hacía varios años.
La cara de
miedo del doctor alertó a Luca, que desenfundando su arma le indicó que no
hiciera ningún ruido y continuara hacia dentro del laboratorio.
- Quiero
saber que está pasando, muéstreme que es lo que está haciendo. – Le ordenó al
doctor.
Morris, apuntando
hacia un archivero que quedaba en la pared más lejana, le dice que toda la
información estaba allí.
Luca movió la cabeza en dirección de la pared, pero acostumbrado a lidiar con
rehenes, detectó rápidamente que el doctor quiso escapar, corriendo hacia la
puerta a toda velocidad. Sin parpadear, Luca apretó el gatillo de forma casi
instintiva y la bala entró en la nuca de Morris, que cayó al piso y quedó totalmente
inmóvil.
Su misión había sido cumplida, pero su curiosidad le nublaba el juicio, por lo que,
sin siquiera pensar en el escape, se dispone a investigar el origen de esta
locura.
Uno de los
archivos que encontró, de los más viejos, informaba de los experimentos de clonación.
Habían comenzado en el año 1991 en un laboratorio que se encontraba en una base
aérea estadounidense en Honduras.
Luca ató cabos, él, en su juventud, había sido prisionero en esa base hasta octubre
de 1991, cuando logró escapar.
Recordó que
mientras fue rehén, varias veces lo sometieron a exámenes médicos completos donde
le extrajeron sangre. Seguramente allí habían tomado las muestras para desarrollar
este ejército de clones.
Más
adelante, el archivo comentaba las características de los clones y que todos tenían
un dispositivo de seguridad, un pequeño explosivo adherido a un receptor
satelital que fue alojado en la base del cerebro de cada duplicado. El mismo
sería usado en caso de emergencia, para eliminar a cualquiera que se desviara
de las órdenes del comando central.
Esto le
interesó especialmente, tal vez podría acabar con esta pesadilla él mismo, eliminando
a sus clones sin siquiera tener que combatir con ellos.
Al seguir buscando
encuentra un capítulo específico del mecanismo de eliminación, y con esa
información busca entre las computadoras hasta encontrar como acceder al control
maestro que le permitía ubicar a todos los clones en el mundo, incluyendo a los
que custodiaban el laboratorio en que se encontraba.
En el mapa
se veían múltiples manchas en el mundo. Al acercarse a la zona donde él se
encontraba, la mancha se separaba en cientos de puntitos azules que poblaban el
terreno del complejo.
La interfaz le permitía seleccionar a cualquiera de los guardias para obtener
información de la posición, nombre, edad y características, además de tener la
opción de eliminarlo
La idea de investigar uno a uno se alejó rápidamente, no podía perder más
tiempo dentro de un ambiente hostil que en cualquier momento se volvería en
contra de él.
Al ver la opción de “seleccionar todos”, no dudó en utilizarla para que no
hubiese sorpresas.
Esta acción convirtió el mapa en una gran mancha de puntos rojos prontos para
ser detonados.
No dudó ni
un segundo, presionó el botón eliminar y eso desencadenó el caos.
Desde la puerta abierta del laboratorio se escuchaban las explosiones, uno a
uno, los guardias iban cayendo.
La sonrisa del trabajo exitoso no llegó a terminar de dibujarse en su rostro cuando
se escuchó la explosión más cercana de lo que esperaba.
Luca cayó al piso, todos los clones fueron eliminados, incluyendo el primero.