jueves, 28 de junio de 2007

Alicia en el país del Nunca Más

Alicia era una mujer ya entrada en años, “la doña” como le decían los pibes del barrio era querida por los que la conocían y respetada por los que no.
Vivía sola en la casa que una vez fue de su padre, la vieja casa de la esquina que aunque un poco descascarada todavía luce su celeste original, las puertas de madera de roble, altas y gruesas resguardaban el largo pasillo que lleva del patio trasero directo a la vereda.

Su infancia estuvo llena de aventuras. Junto con Luis, su hermano menor, corrían y jugaban hasta cansarse para luego sentarse a la sombra de la gran puerta a pintar sueños en el aire.
Varias veces había tenido que salir en socorro de su hermanito, el que por ser el más chico del barrio muchas veces era cartón ligador de la paliza del día. Nadie esperaría que una chiquilina tan educada pudiese tener el coraje de sacar a las pedradas a los mocosos del barrio, pero era su hermanito, y lo valía.

Pero ya no era más una chiquilina, el tiempo corrió tan rápido que al final la alcanzó, o tal vez ella se había dejado alcanzar. Los rubios bucles de la niñez se habían teñido de cenizas, y su brillante sonrisa se le había arrugado.
Ahora su día lo pasaba mayormente en casa, solo se la veía afuera cuando iba de compras al almacén cada mañana, con el paso tranquilo que solo detenía para conversar con alguna vecina de esas que siempre buscan algo de que chusmear.

A la tarde se sentaba a tomar unos mates en el patio del fondo, tranquila esperando que se le pase la hora. Dos por tres, en esas meditaciones de atardeceres se le cruzaban los recuerdos y le robaban una lágrima.

Entre sueños viajaba a su juventud, ese tiempo en el que ella junto con su hermano querían cambiar el mundo, eran tiempos difíciles para pensar ideas propias, pero ellos se atrevieron.
Recordaba como los sueños que cuando niños pintaban en el aire luego los pintaban en paredes, mil graffitis pidiendo paz, ecos de voces que querían ser escuchadas.

Y también recordaba de la noche que la puerta de calle se abrió de una patada, recordaba el ruido de las botas corriendo por el corredor, los gritos y forcejeos de los cuatro hombres que a punta de pistola esa noche se llevaron a Luisito, a su hermanito.
Y lloraba porque esa noche no pudo hacer nada, porque desde el piso temblando no tuvo el coraje de juntar nuevamente las piedras y sacar a cascotazos a estos nuevos mocosos.

Y esa fue la última vez que vio a su hermano y a pesar de que busco, busco y rebusco, nunca nadie le supo decir en donde estaba.
Al parecer su hermano era culpable de pensar en voz alta, algo que en esa época estaba prohibido, un crimen así en ese momento era merecedor del máximo castigo, la desaparición.

A veces también recordaba con bronca cuando le dijeron que nada había pasado, que si hacía fuerza, mucha fuerza se daría cuenta que tal vez su hermano se había ido por si solo y que ella todo lo había soñado.
Se canso de ver a quienes le habían quitado una parte de su vida, caminar por la calle como si nada.
Se canso de pedir justicia, se canso de pedir explicaciones, se cansó.

Y la pobre vieja, cansada, resignada y defraudada hoy quiere hacer una locura, hoy quiere recordar a su hermanito tal como él quisiera ser recordado.
A la noche se escabulle entre las sombras, con un tacho de pintura y una brocha, marcha hasta la plaza del barrio donde un gran muro blanco le hace frente con valentía.
Luego de un rato, con el pecado consumado vuelve a su casa, con la cara manchada de pintura pero con el alma limpia y contenta.

A la mañana los vecinos se juntaban a discutir del acto de vandalismo, especulando que grupo de mocosos se habría atrevido a manchar su blanco muro.
Entre el montón de gente que observaba se cuela Alicia, y con disimulo esboza una sonrisa mientras lee lo que el muro grita a los cuatro vientos.

“Ojala mis ojos nunca queden ciegos, ojala mi boca nunca quede muda, ojala nunca pierda la memoria y la razón.
Nunca más en mi país… nunca más.”

viernes, 1 de junio de 2007

El regalo perfecto

- ¿Cuanto falta para navidad? – preguntaba Iván a su madre.
- Faltan tres semanas – le respondía la madre a su ansioso hijo – es que no te puedes aguantar, ya es la tercera vez en la semana que me lo preguntas.

Iván tenía apenas ocho años y medio, todavía creía en papá noel y todas las fantasías que a esa edad ilusionan tanto.

- ¿Y ya puedo hacer mi cartita para papá noel? – volvía a preguntar con ansiedad.
- Bueno, podés escribirla, pero igual papá noel todavía no la va a leer, recién las lee la víspera de navidad – la madre le seguía el juego.

Madre soltera, con un trabajo agotador que apenas le daba para mantener la casa, en navidad siempre hacía caso omiso de los pedidos del niño, no había dinero para camiones a control remoto y maquinitas de marcianos. Siempre eran pantalones de pana, buzos o una camisa azul con la que no le gustaba que lo vieran.
Solo el último año había logrado comprarle una bicicleta, que ni siquiera era nueva, la compro usada y le pidió a un vecino que la pintara y arreglara para que pareciera nueva.

- Ya está, la voy a poner en el árbol – entra gritando y corriendo a la habitación con el sobre en la mano.
- ¿Y que le vas a pedir este año? – pregunta la madre con curiosidad.
- Eso no se puede decir – responde con seriedad el niño – solo papá noel puede saberlo.

Esto a la madre le dio mucha gracia, después de todo ella iba a terminar leyendo esta carta.
Y así fue, a la noche cuando el niño ya estaba dormido la madre llega hasta el árbol y saca el sobre, al abrirlo se encuentra con la carta del niño y para su asombro del sobre caen unos billetes y un par de monedas.
La madre se dispuso a leer la carta para ver si entendía esta rara situación, y lo que leyó fue aún más raro.

“Querido papá noel, se que a veces no podes comprarme lo que te pido porque son muchos regalos que tenés que comprar y a veces no te da la plata, por eso esta vez te doy treinta y dos pesos que son todo lo que tengo, se que no alcanzan pero te van a ayudar.
Lo que quiero este año es un muñeco de trapo que vi el otro día en la tienda de la señora Carmen, es uno con pantalones de pana verde y tiradores, el que está sonriendo.Prometo portarme bien siempre y hacerle caso a mamá, pero por favor comprámelo.

Iván”

La madre no sabía si reír o llorar, por un lado le resultaba muy graciosa la acción de prestarle plata a papá noel para el regalo, pero por otro lado le daba pena el no poder comprarle el muñeco pues sabía que las cosas en la casa no andaban bien.
Los gastos habían aumentado desde que el niño había caído enfermo hace ya seis meses, idas y vueltas con los médicos, medicamentos de todos los colores y visitas a cuanta bruja milagrosa pudo encontrar. Y todo era en vano, “su enfermedad es incurable” le decían los médicos, pero ella no se daba por vencida.

- Todavía no vino a leer mi carta – preguntaba con tristeza el niño al ver que la carta seguía ahí una semana después de haberla escrito.
- Ya te dije que él las lee en la víspera de navidad, todavía faltan dos semanas.

A pesar de las pacientes explicaciones de la madre el niño repetía su interrogatorio casi a diario.
Era tal la ilusión del niño que la madre se conmovió y decidió hacer un esfuerzo y comprarle el muñeco, además la situación podía empeorar y quien sabe cuando iba a tener otra oportunidad de hacerle un gusto al pequeño.
Durante la siguiente semana y media la madre guardo cada cambio, controlo sus gastos, hasta comió menos para no gastar tanto. Y al fin llego a la tienda con el dinero, a comprar el muñeco que ya le había pedido a Carmen que se lo reservara, lo guardó en una caja que luego envolvió en papel de regalo, y coronó con un gran moño celeste y blanco.

La víspera de navidad llego y Iván fue a ver si su carta seguía estando en el árbol, pero la madre la había quitado para seguir el juego.

- Ya la leyó, se la llevó mamá, se la llevó y la leyó – exclamaba el niño mientras sonreía.

La madre se sentía orgullosa de su esfuerzo, sabía que valía la pena.
El niño estuvo todo el día esperando que llegara la medianoche, “papá noel viene a las doce en punto” había escuchado una vez, y quería ver su regalo en cuanto llegara.
La madre se había escabullido a dejar el regalo debajo del árbol mientras cenaban y el niño miraba televisión.

Y al fin llego la hora, cuando el reloj dio las doce en punto empezaron los fuegos artificiales, la madre abrazo a su hijo, le dio un beso y le dijo “feliz navidad”. El niño respondió pero sus ojos apuntaban a la habitación donde estaba el árbol, la madre entusiasmada le permite ir a abrir su regalo.

La caja era grande, el niño sonreía pues sabía que era el tamaño justo para que entre un muñeco. Se arrodilla frente a la caja y rompe el papel de regalo, duda un segundo y por fin abre la caja.
Los ojos del niño parece que van a salirse de sus orbitas, y la sonrisa ya no le entraba en la cara, era tal su alegría que tardo unos segundos en meter sus manos en la caja y levantar el muñeco.
La madre observaba con emoción, todo había valido la pena.

- ¿Te trajo lo que querías? – le pregunta la madre con fingida curiosidad.
- Si – responde el niño que no podía hablar mucho de la emoción.
- Te habrás portado bien entonces – vuelve a acotar la madre con una sonrisa falsa.

El niño se queda unos segundos mirando el muñeco, luego se para y va hacia la madre, extiende su mano y le entrega el muñeco a la madre.

- ¡¡¡ Feliz navidad !!! – le dice a la madre mientras la miraba con ojos emocionados.
- Pero papá noel te lo trajo para vos – responde la madre incrédula de lo que estaba escuchando.
- Yo se lo pedí para vos mamá, para que puedas abrazarlo cuando yo no esté.

martes, 29 de mayo de 2007

El Gran Beto

Todos atentos a las manos del hombre, no volaba una sola mosca, todas las miradas lo seguían con curiosidad. Eran las cinco de la tarde en la prisión, era hora del show del “Gran Beto”, así lo habían bautizado entre los internos.

El pañuelo rojo en la mano derecha, el amarillo en la izquierda, todos seguían meticulosamente los movimientos con esa malicia que tienen los adultos de intentar adivinar el truco.
Ahora ata los pañuelos y tira de las puntas, todos ven que son solo dos pañuelos uno rojo y uno amarillo, pero cual va a ser el truco.
Con un rápido movimiento de las manos el mago aplaude y de pronto los pañuelos desaparecen, y en su lugar una flor hecha de papeles, amarilla y roja. Todos se miran extrañados, que fue lo que se perdieron, donde estaba esa flor, y los pañuelos, donde están ahora.
Antes de que los asombrados espectadores logren acomodarse nuevamente en el asiento la flor se enciende en una gran llamarada y tan rápido como apareció, nuevamente desaparece, dejando otra vez vacías las manos del mago.

El público aplaude hacia el improvisado escenario levantado entre los bancos del comedor diario. El mago saluda y se retira unos segundos a quitarse la capa y la galera de cartulina, luego vuelve al comedor ya como un interno más.

Beto ya tenía siete años en prisión, preso por robar un banco le quedaban todavía diez años más de condena. Una larga condena para alguien que como él decía, ya estaba arrepentido.
Hacía ya cuatro años se había convertido en el “Gran Beto”, haciendo trucos de magia que aprendía en la soledad de su celda, con los libros que una vez le había pedido a su hijo que le regalara.
Un mago autodidacta, que comenzó haciendo trucos simples en la hora del almuerzo, y que ahora se habían convertido en un gran show al que no faltaba nadie en la prisión.
Incluso el director de la prisión venía a ver el show de vez en cuando.

Había ganado los favores de los guardias, los que le conseguían los materiales para sus actos y a cambio el mago les enseñaba una serie de trucos simples que los guardias intentaban repetir torpemente.
Era la estrella de la prisión, pero esto estaba lejos de completar sus anhelos. Soñaba con el afuera, se imaginaba en el medio del mar, en su pequeño bote de pesca, lejos de su pasado y cerca de su hijo, para volver a abrazarlo y pedirle perdón por milésima vez.
Pero ese día estaba tan lejos. Y esto lo entristecía tanto que a veces se auto-encerraba en su celda y ese día todos sabían que no habría magia, era día de llanto y todos respetaban eso.

Sus trucos eran cada vez mas complejos, ayudado por los materiales que los guardias le lograban conseguir el mago buscaba cada día sorprender más a su público.
Pólvora, cuchillos, cadenas y cuerdas eran solo una parte de los muchos accesorios a los que el mago tenía acceso, muchos de estos materiales eran impensados en una prisión y más si estos estaban bajo el control de uno de los reclusos.

Hacía ya semanas que mantenía en vilo a su público prometiéndoles un truco que los dejaría boquiabiertos. Solo les decía que era un truco que varios de los grandes magos de la historia se habían negado a hacer por miedo, y que el lo intentaría cuando estuviese suficientemente listo.
Y el día había llegado, la prisión se detuvo como hasta ahora no se había visto, nadie quería que se lo cuenten, había que estar ahí y verlo.
Algunos guardias le ayudan a traer los materiales, y luego bajo la supervisión del mago comienzan a armar el escenario.
Cuando al fin está todo pronto comienza la presentación, el “Gran Beto” les comienza a relatar una historia, donde les habla de cómo el gran “Harry Houdini” se había preparado durante años para realizar este truco y a último momento decidió cancelarlo.
Les contó de cómo solo un mago en la historia había logrado hacer este truco con todo éxito y les explicaba los riesgos a los que se estaba exponiendo.

Una vez que los espectadores estaban ya sudando por el solo hecho de imaginar todas las posibles formas de que esto saliera mal el mago al fin se dispone a comenzar.
Le pide a los guardias que lo esposen, luego lo aten y lo metan en una caja de madera que estaba sobre el escenario. Una vez adentro de la caja esta se cerraba, se rodeaba con unas cadenas de acero y se cerraba con candado.
El público estaba callado, no querían perder detalle de lo que hacían los guardias a los que ya el mago les había explicado todo el procedimiento que debían seguir.

Una vez cerrada la caja, esta era levantada con cuerdas hasta una altura de dos metros aproximadamente, y esta cuerda era rociada con nafta y encendida por parte de uno de los guardias.
Mientras la cuerda se iba consumiendo por el fuego el público se empezaba a poner nervioso, no se veía mas movimiento en la caja que el constante balanceo mientras colgaba.

De pronto la cuerda se rompe, la caja cae y se estrella contra el piso, la caja se hace pedazos y de dentro de la misma solo caen unas esposas y una cuerda todavía anudada, pero el mago no está.
El público ovaciona de pie al “Gran Beto”, aplauden durante un largo rato esperando la aparición del mago para saludar, pero esto no sucede, el mago no aparece y los aplausos se transforman en miradas de confusión.
Los guardias comienzan a buscarlo por todo el comedor, luego llevan a todos los incrédulos internos a sus celdas y comienzan a buscar al mago desaparecido. No había forma de escaparse de la caja, ellos mismos la habían cerrado, pero era mucho mas extraño, había desaparecido de la prisión, no había rastro del mago, se había evaporado.

Lo buscaron durante días, dentro y fuera de prisión, investigaron a su familia y amigos los que también formaron cuadrillas para buscarlo.
Luego de un par de semanas el director de la prisión informa a la población de la misma de la fallida búsqueda y les anuncia que a partir de ese momento estarán prohibidas las reuniones en el comedor para nada que no sea comer.
Una vez que el director se disponía a retirarse de una de las celdas comienza a escucharse un aplauso, algo que es seguido al instante por las celdas cercanas, y unos segundos después se escucha el más atronador aplauso que un artista haya escuchado. El “Gran Beto” lo había logrado, había desaparecido sin dejar rastros. Ya no había más magia en la prisión, pero todos sabían que tampoco habrían más días de llanto.

Meses después de la desaparición, el hijo de mago comienza a frecuentar el puertito de los pescadores, donde junto con un extraño sujeto algo viejo, barbudo y mal vestido emprende cada mañana una pequeña travesía en bote, a pescar y recordar.
Su viejo compañero de pesca nunca habla de magia, y a pesar de las insistentes preguntas del muchacho, nunca le revelará su truco.

lunes, 7 de mayo de 2007

Génesis

En el principio de los tiempos todo era tinieblas y soledad, un planeta desierto donde solo tierra, cielo y mar se disputaban su posesión. Esta soledad entristecía los cielos y estos lloraban durante días sus lluvias de tristezas sobre la tierra.

La tierra hervía por dentro, fruto de su eterno romance con el mar en sus entrañas se engendraba el hijo primogénito.

Al nacer el niño el cielo al fin sonrió, fue tal su alegría que en ofrenda creó un hermoso sol que con su intenso brillo hizo retroceder las tinieblas.
La luz del primer día de los días comenzaba a brillar y descubría al primer humano que este planeta conoció. Un humano hecho de la mezcla de tierra y agua, mezcla que en las entrañas de la tierra al calor del fuego cobro vida y que hoy daba sus primeros y torpes pasos bajo la mirada orgullosa de sus padres.

No pasó mucho tiempo para que este solitario hombre de barro se diera cuenta de lo inútil de su existencia, falta de propósito y sobrada de espacio. Al comprender que sus padres eran incapaces de responder sus inquietudes decidió hacerse cargo del tema.
Luego de varios experimentos fallidos en busca de claves que esclarecieran su propósito un día se topo con un pozo lleno de arcilla roja, su curiosidad lo llevo a tocarla y estudiarla durante un momento, luego del cual comenzó a jugar con ella. Al cabo de un rato se encontró moldeando algo con este trozo de arcilla, una forma ovalada, roja y brillante aparecía entre sus manos, la observó durante unos segundos y en seguida supo que hacer.
Escarbó en su pecho de barro y dentro del mismo barro enterró su creación, unos segundos después sintió el comienzo de un golpeteo dentro del pecho, su primera emoción estaba naciendo y él quería llorar pero no sabía que era llorar, así que imito a la lluvia y llovió y lloró por largo tiempo hasta que fue suficiente, y luego intentó reír, y le salió tan bien que decidió reír hasta cansarse y así lo hizo.

Mientras el tiempo pasaba la arcilla de su rojo corazón comenzó a recorrer su cuerpo y poco a poco comenzó a transformar el barro en carne.
La insaciable curiosidad del hombre lo había llevado a experimentar con los distintos tipos de arcilla que a su paso se presentaban. Mezclando y mezclando comenzó a crear cosas, a algunas las llamó plantas y luego descubrió que de sus frutos podía comer. También creó otros seres, a los que luego les agregó un corazón, esperanzado de poder compartir con ellos la vida.

Pero estos seres, a los que luego llamó animales, no lograban llenar su vida.
Y la tristeza lo invadió, sin saber a donde ir y cansado ya del paisaje le pidió al cielo que le apagara el sol porque quería inventar el sueño. El cielo apagó el sol tal como se lo habían pedido, pero en su lugar creó una noche, y la llenó de estrellas algo que seguramente al hombre le gustaría ver, y había acertado.

El hombre se acostó en la tierra, observando las estrellas que recién habían nacido cerró los ojos y creó el primer sueño. En su sueño soñó con alguien como él, que fuese capaz de acompañarlo y ayudarlo a continuar su obra de creación.

Cuando volvió a abrir los ojos el cielo también estaba soñando, había soñado una luna, una gran esfera blanca que iluminaba la noche y lo ayudaba a ver en ausencia del sol.

El hombre despertó al cielo, le pidió que volviera a encender el sol y que lo ayudara a despertar a sus padres. Ambos despertaron al mar y a la tierra y el hombre comenzó a explicarles de su nueva idea, solicitandole ayuda a los tres.

- La he soñado, ya se como debe ser. – exclamaba el hombre.

Juntó algo de arcilla y la llevo en frente de sus tres ayudantes.
El cielo aportó la belleza de los astros, el mar le brindó la tranquilidad de sus aguas, y la tierra le regalo un poco del fuego de sus entrañas. Entre todos comenzaron a darle forma a la figura.

Una vez terminada la figura de arcilla el hombre comenzó a dar forma al corazón. Era tal su emoción que un par de lágrimas cayeron sobre el rojo corazón de arcilla que moldeaba con sus manos. Al mezclarse las lágrimas con la arcilla el corazón comenzó a latir por si solo, el hombre se apuró a enterrar el corazón en el pecho de su compañera.

Al cabo de unos minutos la figura despierta y mira a su alrededor con curiosidad, el cielo le regala un viento que le agita el cabello, el mar se abraza a la tierra y juntos observan orgullosos la primera mujer.
Ella volvió su mirada hacia el hombre que todavía la contemplaba con incredulidad, era tan hermosa, era tan perfecta. Sin saber que decir ambos quedaron unos minutos mirándose, luego ella le pidió permiso para inventar el beso, y así lo hizo y les gustó.

El hombre no quiso separarse nunca más de su mujer y para lograr su objetivo decidió inventar el amor, y tan bien le quedo inventado que no supo como contenerlo y ahora con su amada caminaba de la mano por el nuevo mundo, un mundo que iban inventando de a poquito.

La historia cuenta que vivieron muchos años felices y tuvieron muchos hijos, y que en la hora de la muerte decidieron morir juntos. Y así fue, murieron abrazados el uno al otro tan fuertemente que en su último aliento volvieron a ser arcilla y ese día los rojos corazones que latían sus últimos sueños se unieron en uno solo.

domingo, 15 de abril de 2007

El Viejo Blues

Las calles de ciudad vieja fueron su vida, cada baldosa de esas veredas cuenta un pedacito de su historia.
Algunos dicen que su verdadero nombre era Alberto, otros dicen que era Carlitos, “como Gardel” acotaban luego estos, pero en realidad a casi nadie le importa porque todos lo conocíamos como el “Viejo Blues”.

Hasta hace unos años era normal verlo de bar en bar, con su guitarra a cuestas pidiendo que lo dejaran tocar, gastándose los pocos pesos que ganaba en unos cuantos whiskies y fumándose el resto.
La fama de gran cantante le fue llegando sin que él la pidiera. Se contaba que cada nota de su guitarra y cada grito de su blues era como un puñal que te cortaba justo donde dolía. Si ibas a verlo tocar te convenía llevar pañuelo.

En el día cuando no estaba durmiendo en la pensión de la calle Rincón donde vivió durante años, estaba repartiendo diarios o haciendo alguna changa.
Hablaba poco y solo cuando creía que era necesario, “¿para que gastar palabras en cosas que no se las merecen?” así pensaba y así vivía, sin pedir permiso a nadie y sin deberle nada a nadie.

Pero la vida no le había sido fácil, tuvo que sudar cada plato de comida y cada noche bajo un techo. El amor nunca le había sido fiel, aunque le había dedicado mil canciones siempre le daba la espalda y al final solo el fondo de un vaso de whisky le servía para callar las penas.

La vida se lo fue tragando, paso a vivir en la calle arrastrando el estuche de la guitarra, tocando en las esquinas y pidiendo limosna, durmiendo entre los escombros de lo que una vez fue un teatro y llorando en las noches, cuando el alcohol no le daba la dosis de olvido que tanto necesitaba.

Vagaba por las calles marcando el paso con dificultad, medio abatido por los años y el otro medio por el alcohol. Vestía siempre el mismo saco azul a cuadros, que lucía más agujeros que cuadros y su sombrero de ala corta al estilo de “el mago”.
Caminaba tambaleándose y dos por tres se paraba a descansar. Las columnas de la luz le servían de apoyo para tomar impulso y así seguir andando hasta donde sus piernas lo querían llevar.

Hace ya casi un año, en una noche de invierno de las más frías, de esas que el tiempo nunca olvida, el viejo intentaba engañar al frío, el alcohol se le había acabado y el fuego se empezaba a apagar por falta de leña. La decisión que esa noche tomaría sería la más difícil de su vida. Quiéralo o no, él sabía que la única madera capaz de mantener vivo el fuego y mantenerlo a él también era la de su guitarra.
Esperó casi hasta que se estuviese por apagar el fuego para decidirse, no se animaba a traicionarla, y tampoco podía matarla por la espalda. Cuando al fin se decidió comenzó a quitarle las cuerdas delicadamente, separo el mástil del cuerpo y al fin la arrojó al fuego.
Cada chasquido de la madera al ser mordida por el fuego hacía brotar una lágrima de los ojos del viejo y por más que ese calor le estuviese salvando la vida también se la estaba quitando. El fuego masticaba recuerdos y él ya no tenía su tónico para el olvido.

Al día siguiente no se levanto de su lecho, se quedó inmóvil observando lo que quedó de su guitarra ya quemada, las clavijas ennegrecidas lo miraban con desprecio desde la montaña de cenizas. Estaba arrepentido de su crimen pero ya no había vuelta atrás, había traicionado a su única amiga y su traición no tenía perdón.

Días después alguien lo encontró, estaba tirado en el mismo lugar que había quedado, entre las manos apretaba las cuerdas de su guitarra y un trozo de madera quemada.
Dicen que el frío fue lo que lo mató, pero los que lo conocemos sabemos la verdad, cuando murió su guitarra murió su alma, y un cuerpo sin alma no vive mucho.

Hoy es recuerdo lo que antes fue vida, y vive entre bares, esquinas y cuentos. Algunos juran que lo han vuelto a ver, caminando despacio por las mismas veredas, silbando bajito algún viejo blues.