Loco sapiens
Sentado a la sombra del viejo sauce en medio del patio, así le gustaba pasar la tarde, conversando con su amor de cosas de todos los días, por momentos en silencios se dedicaba a mirarla como solo él sabía mirarla, como solo él podía mirarla.
Desde la ventana del tercer piso algunos doctores y enfermeros lo observaban y alguno se atrevía a bromear, era el loco que habla solo, la diversión de la tarde.
Al dar las cinco en punto sonaba el timbre que indicaba el fin de la hora de visita. A él no le gustaba ese momento, pero respetaba las reglas del manicomio y sabía que ella debía irse.
Se levantaba y la acompañaba hasta el portón de salida, la saludaba con un beso y la observaba alejarse hasta que ya no la veía. Luego volvía a su habitación sabiendo que al día siguiente ella regresaría, siempre lo hacía.
El diagnóstico era claro, esquizofrenia delirante con alucinaciones, para los doctores un caso perdido.
Los tratamientos no daban resultados, ni las drogas antipsicóticas ni las diarias entrevistas con el psicólogo, nada parecía surtir efecto alguno sobre su estado.
Al día siguiente, al caer las primeras horas de la tarde su esposa retornaba a visitarlo, juntos caminaban hasta el centro del patio y nuevamente bajo la sombra del viejo sauce continuaban el ritual.
- ¿Por qué nunca viene a visitarme Mariana? – Preguntaba el loco por su hija – ¿sigue enojada conmigo?
Luego bajaba la cabeza, al parecer la respuesta fue que si.
Su hija Mariana nunca lo pudo perdonar, en él veía al culpable de la decisión que su madre había tomado hacía ya más de dos años. Nunca lo vino a visitar, lo sentenció al olvido y ahora su hija vivía huérfana por elección.
Los días del loco eran tranquilos y monótonos, caminaba por los pasillos lentamente de un lado a otro, a veces se paraba a conversar, pero era hombre directo y de pocas palabras.
- ¿Vos crees en dios? – le preguntaba uno de los enfermeros.
- Todavía no – respondía el loco – estoy esperando que él empiece a creer en mí.
En el fondo se leían en él memorias, rencores y tristezas. En la soledad de su habitación, cuando nadie lo veía, a escondidas varias veces le dedicó un llanto a su amor. A pesar de su locura el sabía que algo estaba mal.
Una nueva droga, de esas que vienen con publicidad de milagrosas llegó al manicomio. Y él era el sujeto indicado para las primeras pruebas, alguien que se resistía a todos los otros tratamientos y que no tenía a nadie que por el respondiera o pudiese oponerse al experimento.
Las dosis comenzaron a administrarse en cantidades bajas, luego al ver que los resultados no aparecían se incrementaron significativamente.
Al cabo de dos semanas los primeros resultados empezaron a aparecer, por momentos el loco despertaba de sus delirios, en medio del patio se encontraba perdido, sin saber como había llegado hasta ahí o porque permanecía sentado solo.
Los doctores se sentían triunfantes, la esquizofrenia retrocedía y ya no era tan normal verlo conversar con un recuerdo.
Pero todas las drogas que se precien de milagrosas tienen sus efectos secundarios y esta no podía escaparse. El loco cambió sus conversaciones de las tardes por encierros solitarios en su habitación. Sin las visitas de su amada comenzó a ser consiente de su soledad, los recuerdos que su enfermedad reprimía ahora florecían en la memoria.
La junta médica fue reunida para evaluar los progresos del tratamiento y el loco asistió en calidad de conejillo de indias.
- Hemos visto un notable progreso en su estado. – Comentó uno de los doctores.
El loco no respondió, ni siquiera levantó la cabeza para mirarlos, permaneció callado escuchando las especulaciones sobre su locura y recuperación.
El silencio del loco no era bienvenido, para que un loco se de por curado este debe demostrarlo y al parecer este no se daba por aludido con el diagnóstico.
El jefe de la junta decide hacer una pregunta más directa.
- ¿Acaso usted no se siente mejor, acaso usted no observa lo que todos nosotros?
El loco decidió responder y la respuesta fue algo que ninguno de los doctores se habría esperado. Se observaron durante unos segundos y lo dejaron volver a su habitación mientras deliberaban.
Al día siguiente el loco volvió a su medicación anterior y al cabo de dos semanas otra vez lo vieron bajo el viejo sauce, hablándole al aire, sonriendo de a ratos.
Desde la ventana del tercer piso algunos doctores y enfermeros lo observaban y comentaban todavía la respuesta del loco.
Durante varios años se recordó el día en que el loco entre lágrimas les suplicó…
- Si estoy cuerdo la pierdo.
- Prefiero estar loco doctor… Prefiero estar loco.